- Mamá ¿papá me odia?
- ¡Claro que no, cariño! ¿por qué dices eso?
- Porque casi no me mira, parece que estuviera enfadado conmigo.
- ¿Por qué iba a estarlo? no podríamos tener una hija más buena que tú. Lo que pasa es que se pone
de mal humor cuando no tomo mi medicación, y quizá lo paga contigo. No entiende que ya no la
necesito.
- ¿Te refieres a las pastillas para el dolor de tu pierna? ¿la que te lastimaste cuando estabas
embarazada de mí?
- Sí, cariño. Pero eso fue hace mucho tiempo. Desde entonces no puedo caminar bien, pero ya no me
duele.
- ¿Papá me echa la culpa de lo de tu pierna?
- Ni se te ocurra pensar eso, Clarita. Fue un accidente. Estaba ya tan gorda que no me veía los pies al
bajar las escaleras y tropecé. Me fracturé la rodilla, y tardé mucho tiempo en volver a andar. Pero
hubiera dado las dos piernas por traerte al mundo. ¿Lo sabes? Fuiste una niña muy deseada por los
dos.
- Y si ya no te duele ¿por qué el doctor Román viene tantas veces a casa?
- Porque el doctor Román es un viejo amigo de papá y mío. Nos ayudó mucho con mi embarazo. Algún
día entenderás que para unos padres no siempre es fácil tener un hijo, y a nosotros nos costó mucho.
Afortunadamente hay avances médicos que lo hacen posible. Por eso estamos tan agradecidos al
doctor Román, que ya es como uno más de la familia.
- A mí no me gusta el doctor Román.
- ¿Por eso te escondes cada vez que viene?
- Sí.
- Eso no está bien. Tienes que ser educada con las visitas, y además, él también te quiere mucho.
- Pues a mí no me lo parece... ay ¡ha llegado papá!
- Corre, vamos a darle un beso. Verás como no está enfadado contigo.
- ¡Vale!
- ¡Hola, cariño! ¿qué tal en el trabajo? Precisamente ahora Clarita y yo estábamos hablando de ti... pero
¿qué te pasa? ¿por qué me miras así?
- Por favor, Marta ¿cuántas veces te ha dicho el doctor Román que no puedes dejar el tratamiento?
echarás por tierra el trabajo que ha estado haciendo contigo todos estos años.
- Pero, mi amor, no entiendo...
- Escúchame. Para mí también ha sido muy duro, pero tienes que asumir de una vez que Clara nunca
llegó a nacer. La perdimos en tu accidente, y ahora está en el cielo. Nosotros debemos seguir adelante
con nuestra vida. Pero no llores, por favor. Ven, dame un abrazo.