Había llegado el momento. Por fin, tras muchos años de espera y de posponer la cita, la reunión de antiguos alumnos estaba a punto de celebrarse. Atrás quedaron las excusas, las discrepancias y el resto de vicisitudes. La fecha que venía bien a todo el mundo había llegado. He de reconocer que era una reunión ansiada por todos los compañeros. Aunque cada cual tenía sus motivos, todos coincidían en que había que volver a verse. Los del otro ciclo lo hacían varias veces al año. Elegimos el restaurante donde tuvimos la cena de despedida de ciclo, justo antes de comenzar a estudiar el Bachillerato. Sin embargo, yo notaba el lugar cambiado. No se trataba de las mejoras que se habían realizado en el lugar. Era lógico, ya que habían transcurrido más de treinta años desde aquella reunión con los maestros. Yo ya notaba el ambiente enrarecido cada que pasaba por allí. Pero tenía que acudir. Era una oportunidad única en la vida. Algo me decía que no podía, ni debía faltar a la cita. Llegué unos diez minutos antes de la hora y entré al salón, donde estaba todo preparado. Me serví una copa y empecé a recorrer el comedor mientras contemplaba cómo estaba decorado. De sus paredes colgaban antiguas fotos nuestras. Al contemplarlas, vi mi semblante triste y recordé por qué no había vuelto a quedar con ninguno de ellos. Aunque pudiese. Tratando de no ser visto, vi cómo iban llegando poco a poco y se saludaban entre sí. Unos con más efusividad que otros. Sabía que algunos mantenían el contacto y la amistad a pesar del tiempo y la vida. Y entonces lo vi. Era Juanma, mi mejor amigo. Todavía conservaba los ojos hundidos y la mirada sin brillo desde que sucedió aquello… Jiménez trató de saludarlo y le dio la espalda. Nicolás se acercó y se fundió en un abrazo con él. Le preguntó:
— ¿Qué tal estás?
—Bien— le espetó de manera tajante.
Observé cómo se iban sentando poco a poco y escuché sus charlas. Juanma hablaba con María y recordaba a nuestro profesor de Lengua y Literatura. Desde que se jubiló, no habíamos vuelto a saber de él. O tal vez mucho antes. Cuando un día todo cambió… Algunos hablaban con él por teléfono, pero siempre tenía una excusa para evitar cualquier encuentro o reunión. Cuando todos estaban sentados, comenzó a hacer frío. Raquel preguntó si tenían la calefacción puesta. Éste respondió que sí, pero que iba a comprobarlo. Al poco rato de haberse alejado de la mesa, se escuchó un grito desde el interior del salón. Todos se levantaron hacia el lugar de dónde provenía. Allí se encontraba el camarero, achicharrado por la descarga eléctrica. El olor a carne quemada comenzó a inundarlo todo y provocó arcadas a más de uno. La sala se quedó a oscuras. Entonces decidí aparecer. Con voz de ultratumba grité:
—¡No debisteis mentir cuando se descubrió que había muerto! ¡Ahora os toca a vosotros reuniros conmigo!