La serpiente observaba pacientemente a través del cristal. Llevaba años haciéndolo, sin moverse, escuchando todo tipo de ruidos provenientes del exterior y, a menudo, con los ojos cerrados. Había visto miles de humanos. Algunos se paraban unos instantes frente al cristal antes de pasar de largo. Otros le pedían insistentemente que se moviese, lo que no hacía casi nunca. ¿Para qué? La escena terminaba siempre de la misma forma: con un niño llorando de aburrimiento y adultos quejándose por “haber pagado una fortuna para ver animales dormidos”.
La serpiente no se sorprendió entonces al ver tras el cristal a un hombre que le hacía unas muecas muy poco amigables:
– ¿Por qué me miras así, reptil asqueroso? – Su tono de desprecio se podía masticar – ¡No entiendo qué hago aquí!
Sus palabras de intenciones hirientes no la ofendían. Al fin y al cabo, tampoco llegaba a comprenderlas. Todo lo que sentía era resignación. Cuando has nacido en cautividad, no te queda ni siquiera la opción de experimentar impotencia ante la libertad perdida; puesto que nunca has tenido tal cosa. Respecto a su agresor del día, estaba acostumbrada. La verdadera cuestión era por qué seguirían los humanos increpando a una criatura sin capacidad para comunicarse con ellos. Lo absurdo de la situación no impidió al hombre seguir con lo que estaba haciendo:
– ¡Es inaceptable! ¡No deberíamos tolerar bestias como tú aquí! ¿Cómo es posible? Todo iba bien hasta que… – El hombre se interrumpió. Acababa de entrar una mujer en la sala.
Llevaba un plato lleno de carne cruda y de ratones muertos. La mujer se acercó lentamente a la puerta del tanque de las serpientes, la abrió y lanzó la comida directamente al suelo. El hombre, enloquecido, comenzó entonces a dar patadas y puñetazos a todo lo que encontraba a su paso mientras lanzaba todo tipo de insultos. La mujer lo ignoró. Entonces dio otro golpe en el cristal, esta vez con su cabeza, y rompió a llorar. La mujer se dio media vuelta y se fue. El hombre, desconsolado y sin perder ni un segundo más, cogió el filete crudo y empezó a devorarlo. La serpiente, por su parte, siguió pacientemente observando cómo el hombre encerrado cenaba entre sollozos.
Madrid está sumida en el caos desde hace semanas. Un grupo de activistas se ha hecho con el poder tras asesinar a la clase política y a los dirigentes de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. Son cientos de miles los exiliados; si bien muchos otros han quedado atrapados. El delirio de los golpistas no conoce límites. Tras liberar a los animales que se encontraban cautivos en los zoos del país, encerraron en su lugar a todos aquellos que se mostraron en contra del “nuevo régimen”.
Tigres, elefantes y otros animales salvajes pasean a sus anchas por las calles. Los zoos están llenos de gente. El nuevo mundo se rige por nuevas normas. En él, libertad y cautiverio no se aplican a “los de siempre”