Hacía días que no veía a los McWrath, pero sabía que estaban en casa: había luz, y un espléndido aroma a barbacoa salía por su chimenea. “Oh, con lo que me gustan las barbacoas, y yo cenando lechuga…” suspiraba.
- ¡No puedo más! Iré a visitarlos -me dije.
Abrió la puerta Bill McWrath. Llevaba una enorme sartén abollada en la mano.
- Hola, vecino. ¿Qué le trae por aquí?
Bajé la cabeza y me ruboricé.
- Pues… Verá… Hace tiempo, su señora me invitó a que pasara por su casa a tomar algo...
- ¡Ah, claro, adelante! Estoy cenando solo. Mi mujer está indispuesta. Vaya usted mismo a la cocina y sírvase una cerveza, que ahora mismo voy y le hago una chuleta o unas costillas.
- Gracias, muy amable.
Mientras abría el frigorífico, pregunté al señor McWrath:
- Por cierto, ¿qué carne está cocinando? No la reconozco por el olor.
Miré al interior de la nevera y comprendí. Detrás de una pierna y un brazo, la cabeza de la Señora McWrath me miraba fijamente, con el cráneo partido en dos como una sandía.
En ese momento, comprobé la dureza de la sartén XXL en mi propia crisma. Mientras se me escapaba la vida, me pareció que la señora McWrath me sonreía y susurraba: “su carne parece más tierna que la mía…”