Hace tres semanas de tu partida, mi familia y amigos dicen que debo seguir adelante. Hoy ha llamado mi jefe para decirme que ya es hora de volver al trabajo, le contesto que iré, pero antes debo pasar por el hospital. Los médicos están tratando de averiguar por qué me duele el cuello y la espalda. Ese dolor que no se va con ninguna pastilla. Los exámenes revelan que no hay nada físico. Debe ser estrés, que es normal luego de lo que he pasado, me dice el Doctor García mientras sostiene un montón de papeles.
Los minutos pasan tan lento en el trabajo, cada vez estoy más cansado, inmerso en una montaña de papeles. El médico debe tener razón es algo emocional, desde que te fuiste ya no soy el mismo. No dejó de ver tu foto en mi escritorio, tomada en nuestra boda hace dos años; nos prometimos amarnos; nos prometimos estar juntos por siempre y yo había fallado a esa promesa. Ese día lo descubriste y fuera de ti cogiste el coche y… En mi cabeza retumba la voz del policía diciendo: Su esposa ha tenido un accidente, el coche ha quedado destrozado...
Estoy destrozado del trabajo, pero es hora de ir a casa. El metro, como siempre, está lleno. Como otros días coincido con el hombre del traje azul, la chica del bolso púrpura y el niño del pelo revuelto. Cuando me encuentro con ese niño que no deja de mirarme fijamente, con sus grandes ojos castaños, su mirada me pesa. Siempre intento evitarlo hasta que me bajo; sin embargo, hoy me hace señas y me dice:
—¿Señor, se quiere sentar?
—No, gracias chico.
—Seguro ¿No le pesa llevar todos los días esa mujer a hombros?