La nuestra era una historia de romance y ternura que empezó en el patio del colegio y que, al cabo de varios años de felicidad, nos trajo, a mi esposa embarazada y a mi al altar.
Recién casados, me fui solo, para recoger los billetes de avión para nuestra luna de miel. Escena en la que los frenos del coche dejaron de funcionar y un brusco giro al intentar desesperadamente superar una curva, acabó con un vuelco trágico del vehículo.
Al tomar consciencia de lo ocurrido traté de llamar a mi esposa, pero notaba que me desvanecía, y no fue hasta que vi mi propio cuerpo separado de mi, que entendí lo que ocurría. Había muerto.
En un último atisbo de esperanza y negándome a la luz del más allá, se me ocurrió entrar en el cuerpo de un muñeco que ella me regaló y que estaba colgado del retrovisor. No podría hablar con ella pero me consolaría ver nacer a mi hijo y seguir viendo al amor de mi vida.
Pasaron los meses y mi mujer dio a luz a nuestro hijo, cicatrizando también lo que serían, las heridas por mi muerte, ya que mi mejor amigo me sustituyó enseguida. O eso es lo que yo creía.
Me colocaron en mi actual forma de muñeco, en el móvil de la cuna del bebé y desde allí lo vi y oí todo. Esta fue mi suerte hasta que se convirtió en mi maldición, cuando de repente, escuché que mi muerte, fue en verdad, un asesinato para quitarme del medio, en una relación que llevaban desde hacía tiempo a mis espaldas y sobretodo, porque querían tener un hijo juntos que él nunca le podría dar, dado que él era estéril.
Así me enteré que me dieron el billete al más allá cortándome los frenos del coche y utilizándome en su beneficio.
Guardaron el muñeco en el que instalé mi alma, porque sentían lástima por mi y por lo que me hicieron. Pero no sabían que con este gesto me condenaban a ver día tras día y noche tras noche, como mi hijo, adoraba a mi mejor amigo, y como ese mejor amigo y mi mujer fornicaban y se amaban con pasión desenfrenada cada noche hasta que envejecieran o me guardaran en un cajón oscuro para siempre jamás.