Lugar: Cantina, cerca del “metaclub”
Hora: Media noche pasada
Fecha: ¿?
En esta cantina llena de supervivientes hay tres cosas que me han alterado. Primero, en la entrada hay un pequeño corro. Ha sido el olor al acercarme a la puerta, los ruidos de los animales y una mirada periférica, lo que me ha puesto al corriente. Son apuestas a perros rabiosos sajándose. Segundo, dos hombres sentados a cinco metros de mi mesa agrietada. Ambos con unas pintas indeterminadas, posibles rebuscadores come mierda. Me recuerdan a una pareja antropófaga que probó mi munición cerca de la “Fleming highway”. No pretendo absolutamente nada con estos apuntes. Solo escribir y beber del whisky quemado de este antro. Son letras sinceras, las pretensiones murieron con las sociedades pasadas. Tercero, el camarero de la barra olía fuertemente a marihuana. Después del final, muchos cabrones asaltaron dispensarios y plantaciones con el único placer de estar colgado día y noche en este submundo retrasado y postapocalíptico. A sabiendas de eso, cuando me estaba sirviendo la copa, me he sentado y he preguntado amablemente si podía optar a unos gramos “de esos” suyos. Hemos acabado fumando de una pequeña pipa orgánica que el mismo había fabricado. Al separarme de la barra, he sacado un dinero, a lo que el me ha mirado con una sonrisa de compresión. Hace entrega del sobre que me va a mantener un poco más aliviado mientras intento no morir. No morir es mi argumento final. Debe ser que necesito ver un poco mas del devenir de los años. Aunque, el mundo está muerto. El degradado sin vuelta al origen.
El contraste con las caras del ahora con las de antes, es razonable. Solo caras muertas o tan cagadas para avanzar en el fango, que la ansiedad les sale por los poros. Hay que descansar, pelear por el alimento y matar para que no te maten. Y yo sé que, si me prendo esto ahora mismo, aquí, en el puto tugurio este de paredes de chapa. Nada va a avanzar, bueno sí mi pensamiento por la supervivencia. El centrarme en nuevos planes y objetivos diarios. Todo ello en el medio final (otra vez lo nombro). Con el día a día para ver una nueva mañana manchada por las lluvias acidas y los temporales destructores. Ahora, este “diario” si lo puedo calificar así, es como una confirmación de esas novelas, ensayos y películas traspapelado o reescrito para la realidad. Unas décadas que no se reconocen. Los años acumulados, son muchos los dígitos, no recuerdo a que altura dejé de contar.
Me quedo bien a gusto con mi cazadora medio pegada al sofá de escay. Si antes de las explosiones había soledad a raudales, ahora la soledad es motivo para estar alerta. Hace unos pocos minutos los tipos de la mesa se han marchado. El del bar me ha dicho que baja al sótano. Me dice —Vigila esto tío, yo bajo y, recuerda que conozco una canción—. ¿Qué conoce una canción? Le oigo bajar los escalones hacia abajo bien rápido. Me sorprende una música genérica de misterio en una rocola que se enciende. Me levanto, dejo la mochila en un sofá y me acerco a la puerta del sótano tras la barra. Hay un clímax en el tema que suena. Encajo bien la oreja en la rendija de la puerta. Hay dos gritos agudos e interrumpidos por la mucosa del ser que parece haber sido silenciado con tres tiros.