Recorría con desasosiego los pasillos del hotel en el que me hospedaba buscando una salida. Mis sentidos se encontraban tan nublados con lo que ababa de pasar que me daba la sensación de estar andando en círculos. Tenía la extraña sensación de que la temperatura bajaba con cada paso que daba y, a ese ritmo, me congelaría antes de llegar a la calle. El tono de la voz que acababa de escuchar se repetía en mi mente una y otra vez, al igual que sus palabras: “buenas noches, 984”. En aquel momento me había quedado en silencio, escuchando la respiración pausada al otro lado del teléfono, preguntándome si yo misma estaría respirando porque temía haberme olvidado de cómo hacerlo.
“Si no me contestas llamaré a tu puerta”. Ese fue el punto en el que comenzó el pánico. No advertí ningún deje de broma pesada en aquel tono y el repiqueteo al otro lado de la línea me puso la piel de gallina. Vagando por aquellos pasillos me di cuenta de que en ningún momento había llegado a colgar, así que mi interlocutor sabía que había abandonado mi cuarto. Podría encontrarme en cualquier momento.
Hubo un punto en mi huida en el que el pánico llamó a las lágrimas y estas empezaron a precipitarse por mis mejillas, impidiéndome ver lo que había delante de mí. No conseguí calmarme. Me tropecé con un felpudo. Tiré una lámpara al intentar apoyarme en la pared. Me pasé la manga del pijama sobre la cara en un intento inútil de calmarme. Sonó la campana del ascensor delante de mí. Corrí en dirección contraria. Escuchaba unos pasos perseguirme. Más cerca. Más cerca. Más cerca. Justo detrás de mí. Giré levemente la cabeza, sin embargo, no pude ver a nadie. Continué mi marcha con el corazón desbocado y con la mano pegada a la pared hasta que esta misma se hundió en el vacío.
El vacío era una puerta abierta, hacia la que me precipité por inercia al estar soportando gran parte de mi peso en esa extremidad. Vi que el número de habitación no se correspondía con el mío mientras cerraba de golpe su entrada y apoyaba mi espalda en la madera. Tenía que bloquearla antes de que aquel que me perseguía pudiese tener la oportunidad de abrirla, pero estaba demasiado cansada como para moverme, así que me dejé resbalar hasta sentarme en el suelo y allí me quedé; con los ojos cerrados, calmando mi respiración y mis nervios.
Un leve golpe en la puerta me devolvió a la realidad. Un segundo después me encontraba sobre mis pies, de cara a la entrada y observando a ambos lados frenéticamente en busca de algo pesado que evitase que la abriera. No había nada. Una risa se hizo eco detrás de mí y mi espina dorsal se congeló y volvió a la normalidad en apenas un instante, haciéndome temblar y dejándome una mala sensación en el cuerpo. Me giré con lentitud.
-Buenas noches, 984, ¿una partida de Cluedo?