Bruma
Estoy a orillas del Tajo en Lisboa. He sido puntual a la cita. Hoy descubriré quién es el asesino. Una bruma espesa me acompaña; más que eso, me muerde. Me pongo a pensar en la diferencia entre niebla, neblina y bruma para distraerme.
Hay que entender que aunque se parecen se tratan de especímenes meteorológicos diferentes: mientras la neblina y la niebla vienen del cielo, son nubes rosando la tierra, la bruma surge del mar, así que se trata de un espécimen acuático más cercano a los peces que a las aves.
Cómo fue que llegué a esperar a un asesino frente al Tajo en horas donde la mayoría de los lisboetas duermen, menos los gatos, las prostitutas y los niños con insomnio que piensan que debajo de sus camas se esconden monstruos marinos. Los crímenes comenzaron precisamente con gatos, luego con niños y prostitutas, pero luego pasó a mis familiares. Allí supe que iba tras de mí.
Es por eso que una vez que me sentí perseguido en las calles del Barrio Alto de Lisboa le grité que ya no me escondería y lo cité para encontrarnos esta noche para ponerle fin al acoso.
La nube se hizo más intensa. Ya sólo veía blanco. Pasé a respirar la bruma pero noté que no oxigenaba mis pulmones. Me lancé al suelo pero tampoco en ese nivel lograba respirar. Todo a mi alrededor comenzó a girar engulléndome.
Es la imagen más hermosa y aterradora que he visto: la luz y la neblina entrando por una abertura ubicada varios metros sobre mi cabeza bañando las piedras verdosas de una escalera de caracol sostenida por columnas. Cuando llego al fondo lo veo: un gato está en el centro del foso esperándome.
Cuando llego éste sale corriendo por una gruta. Lo persigo hasta que una voz me llama. Es aquella bella prostituta. ¿Qué hace aquí? ¿No estaba muerta?
Una bruma va borrándolo todo empujándome hacia una cueva. Entro y la veo. En el centro hay una estatua blanca de una mujer con un cisne. Me acerco y noto que el rostro es efectivamente el de aquella chica.
Ésta abre los ojos y me habla: “En Lima es muy frecuente la neblina, y en Londres lo es la niebla. En cambio en Lisboa lo que más se forma es la bruma, la suspensión de partículas muy pequeñas que se levantan del mar. Es como si el Tajo resucitara y quisiera convertirse nuevamente en nube. Recuerdas aquella noche que no quisiste pagar mis servicios y yo te di una mordida. Me pegaste tan fuerte que al caer al piso mi cabeza se quebró como un huevo contra la orilla de una sartén. Tiraste mi cuerpo al Tajo y luego volviste a casa. Al despertar pensaste que todo era un sueño”.
Al amanecer la bruma se alejó por fin de Lisboa. Los equipos de higiene recogieron mi cuerpo. En el acta de defunción escribieron: ahogado.