Planeábamos todos salir a hacer una excursión entre amigos y aunque tardamos debido a las discusiones al final nos decidimos habiendo pasando ya unas horas. De camino iba oscureciendo poco a poco, debido al frío de la carretera y a la calefacción del coche se empaparon los cristales y casi no veíamos nada. Al llegar habíamos visto que ya era sombrío, confuso e incluso peligroso estar bajo los escombros de Belchite pero aun así quisimos amortizar el viaje y seguimos adelante. Mi amiga Lorena no quería salir del coche ya que dijo haber sentido un escalofrío nada más bajar la ventanilla.
Al final quedamos 3 incluida yo, con bastante frío y tiniebla de repente. Continuamos la caminata a paso ligero ya que no teníamos tiempo que perder y a cada paso que dábamos presentía tener más frió como si de un glaciar al que nos acercásemos se tratase. Terminé temblando como un pollo hasta que el llorar de una mujer me lo quitó de un aliento. Ella lloraba y se lamentaba como si la estuvieran estrangulando –devolvedme a mi niño-. Fue cuando vi que a mi amigo Félix abrir los ojos como platos y quedarse pálido como un espectro. Esto duró un largo minuto hasta que nuestras mentes de racionales reaccionaron como si de una mujer real fuese la que desgarraba su voz en busca de ayuda. Fuimos corriendo intentado cazar el lugar del chillido pero sin aviso esta se perdió en las tinieblas detrás de una viga llena de moho. Quisimos volver al coche pero no pude evitar sentir una corazonada, entonces les dije que no quería ir de vuelta hasta hallar a aquella persona viva y encontrar a su retoño también. Pasamos casi media hora sin ver resultado y como recalco, no sé porque, llegando a notar cada vez menos mi pulso o la sangre caliente en las venas. Notaba que ya casi no sentía las puntas de los dedos al tocarme. Entre la neblina raramente veía el color de mi piel un tono amoratado oscuro. Sumida entre mis delirios por el lugar helado mi oído presenció voces pero esta vez de mucha gente, incontables personas gritando de mutilados, dolor y angustia de muerte. Fue cuando nos miramos todos al unísono para huir pasando por una puerta que decía “Pueblo viejo de Belchite ya no te rondan zagales, ya no se oirán las jotas que cantaban nuestros padres. –NB.” Fue cuando relacione todo hasta ahora (lo cual puede parecer obvio), la sensación de muerte en mi pecho, la frialdad de corazones y los quebrantamientos de voz implorando ayuda. De lo cual escribí cuando llegue a casa. Millones de muertos yaciendo y flotando por los escombros que dejo la guerra en aquella iglesia.