Cada cierto tiempo se me concede el privilegio de bajar a visitar el Infierno. Es un viaje largo, hay que coger un tren y el recorrido resulta eterno… Sobre todo la vuelta.
Si me lo preguntan, contestaré que a simple vista el Infierno parece un lugar divertido. Hay baile, risas y jolgorio. Pero esconde algo mucho más oscuro que sólo los que tenemos alma podemos percibir. Me gusta bajar porque es una especie de oasis, una manera de evadirse de la tediosa realidad. Pero siempre voy con miedo. Nunca sé lo que este viaje me depara, ni cómo volveré al día siguiente. Puedes quedar muy impactado o perder algo valioso, como la cordura.
El Infierno huele a pocilga, a muerte y a humo. Allí abajo se regodean todo tipo de seres extraños. Quizás se asocie este lugar sobrenatural únicamente con demonios u otro tipo de entes maliciosos, pero lo cierto es que también puedes encontrarte con almas buenas que han acabado allí por error, o con otros que simplemente están de paso, como yo. Pero es fácil engancharse y acabar pasando más tiempo en aquella dimensión sombría que en ésta, lo que supone una enorme ruptura con la realidad.
El Infierno es un lugar infinito. Tal vez me equivoque al percibir las magnitudes porque su atmósfera onírica y lúgubre me aturde. Pero lo cierto es que cuando bajas, es fácil perder la noción del tiempo y del espacio. Es como si ambos se fusionaran.
Lo primero que te encuentras al llegar es una enorme estepa llena de fantasmas y basura. Es un prólogo de preparación para adentrarse en el próximo nivel de insania. Aquí aún te queda un poco de consciencia, por lo que puedes echar un vistazo a lo que se cuece a tu alrededor. Pero mi parte favorita es el siguiente subnivel: una nave llena de colores y humo, luces estroboscópicas que te ciegan y una aglomeración de seres sobrenaturales que te roban el oxígeno. Aunque lo primordial es la música.
La música del Infierno es estridente, siniestra y repetitiva. Todos los presentes bailan como si fuera lo único a lo que aferrarse en ese instante. Algunos saltan, otros babean y hay quienes incluso ponen los ojos en blanco. El sonido es tan alto y ensordecedor que el dolor de cabeza puede persistir durante días después de la visita.
El mayor de los peligros tiene lugar cuando un ángel negro se presenta y te ofrece un poco de magia oscura. Esta magia de la que os hablo es prácticamente gratis pero es muy poderosa. Con ella puedes experimentar sensaciones que en la realidad no existen; y como en aquella dimensión no hay diferencia entre el bien y el mal, las emociones pueden ser tan contradictorias y pseudo-placenteras que tu cerebro sufra un cortocircuito y caigas desplomado al suelo.
Amanece. Y puedes quedarte más si quieres. Pero cuanto más te quedas, más deliras. Es aquí cuando puedes observar la cumbre de la decrepitud. Y perder la cabeza.