Descorrió las cortinas bruscamente y colocó la almohada sobre el alfeizar de la ventana. Echó un vistazo distraído a la corrala y se puso a sacudir las sábanas. Actuaba con energía y determinación como si aquella fuera una mañana cualquiera. No quería que un excesivo tacto pudiera delatar la actividad de espionaje que le había ocupado casi toda la noche. La señora Faustina estaba muy cansada. Se había visto obligada a trastocar su estricta rutina por los acontecimientos de los últimos días y eso, a su edad, suponía un gran desbarajuste.
Hacía ya tiempo que en la comunidad se producían sucesos escabrosos pero últimamente la violencia alcanzaba cotas insoportables. Ya habían perdido la cuenta de los cadáveres.
Durante el día una atmósfera de calma tensa se extendía por el edificio. Los vecinos se saludaban con normalidad, sonreían cuando se cruzaban unos con otros e incluso había intercambios de productos básicos como sal, azúcar o algún que otro huevo para empanar las croquetas.
La tranquilidad era solo aparente. Bastaba un comentario acerca de los sucesos [- ¿Te has enterado de lo del 5c?; - La Puri está que trina con lo de anoche; - ¿ qué será lo siguiente?...] para que la bomba de la sospecha reventara la cotidianidad.
Con la caída del sol se incrementaba la tensión. Todos los crímenes se habían producido al amparo de la noche y por eso, en cuanto empezaba a oscurecer, el ambiente se enrarecía más de la cuenta. Faustina estaba dispuesta a llegar hasta el fondo del asunto. A las diez de la noche, a pesar del cansancio -hoy era su tercera noche de inmsomnio-, preparó un café y retomó las investigaciones con desgana. Acercó el butacón a la ventana y se puso a observar tras los visillos. Los párpados pesaban, las horas se caían muy despacio y el hecho de dejar de respirar, para evitar ser descubierta, acabó resultando un tanto incómodo. Justo cuando se planteaba abandonar un crujido de loza desvió sus ojos hacia el fondo del patio. Allí estaba Roberta, la vecina del B, regando las orquídeas con lejía.
Sospechas confirmadas.La guerra estaba en marcha y no tardó en cobrarse su siguiente víctima.
A la mañana siguiente los geranios de Roberta aparecieron brutalmente mutilados.