2 + 2 = 4. Sencillo, pero en la mente de Julio hasta los cálculos más simples a veces se convierten en ecuaciones logarítmicas. El 90% del tiempo, su cerebro está enviando señales confusas o interpretando sensaciones de forma casi aleatoria. Sus padres, Juan Antonio e Isabel, se dieron cuenta de eso hace tiempo, pero no le dieron demasiada importancia, pensaron que su hijo pequeño sólo era especial, excéntrico. Quizás fuera así antes, pero el tiempo pasa, los niños crecen, y donde antes alguien era especial, ahora se torna raro. Raro e imprevisible.
Su hermano Daniel, el mediano, se reía a veces de Julio mirándolo con cierto aire de superioridad, no sólo porque fuera mayor que él, sino porque pensaba que era tonto. Julio se quedaba en ese recinto amurallado, inaccesible para los demás, donde pasaba tanto tiempo y su rostro adquiría facciones simiescas y perturbadoras. Entonces Daniel se alejaba: le producía escalofríos la mirada perdida de su hermano, con los ojos casi vueltos hacia atrás.
Rafael, el mayor de los tres, junto a sus padres, fue quien más cuidó de Julio durante los años en los que más extraviado parecía. Descubrió por casualidad que las matemáticas parecían devolverle a la realidad en algunas ocasiones. Se sentaba al lado de su hermano pequeño y le proponía hacer cálculos, básicamente sumas y restas, con los objetos que tenían alrededor. Las fichas de dominó de su abuela eran las que más utilizaban, porque podían jugar con ellas y con los números que representaba cada una. En esos momentos, Julio parecía casi normal, con la mirada alternando entre su hermano y las fichas, sumando, restando... Sonreía, a veces decía los números en voz alta, y calculaba bastante bien.
Pero ya no le interesa hacer cálculos con su hermano mayor. Rafael lo ha intentado, sin éxito. Daniel prácticamente no tiene contacto con él desde que encontró trabajo y se fue de casa, salvo en reuniones familiares. En ese 10% de su día que es más o menos consciente de lo que ocurre a su alrededor, Julio intenta captar toda la información que puede, quiere aprender sobre sí mismo, encontrar algo de su propia esencia. Ahora, de pie, recién salido de su refugio involuntario, mira al fondo de la sala y ve dos cuerpos en la penumbra. Se asusta, intenta recordar y mira a sus pies: junto a él encuentra otros dos. 2 + 2. Y sangre. De nuevo mira hacia los cadáveres del fondo (2) y hacia los que tiene frente a él (2). Su mirada se posa esta vez en sus propias manos, también cubiertas de sangre, y en un cuchillo de cocina que sobresale del rostro de Rafael. No acaba de entender lo que está viendo, así que mira hacia el fondo y hacia sus pies, mira sus manos y mira a Rafael, y en un rápido flashback recuerda esos días de aritmética con su hermano: 2 + 2 = 4.