Y de repente, todo oscureció. Ni el más mínimo ápice de cordura en la
penumbra. Yo había sido expulsado de aquel antro por pura confusión. No es que
vaya ahora de santo por la vida, mi ficha policial así lo relata pero, por una vez en la
vida, el responsable no era yo.
Que Halloween invitara a liarla parda no es precisamente una excusa, sino más bien el
origen turbio de lo que allí aconteció. Tras una de las cientos de máscaras que se
mezclaban en el ambiente preterrorífico, antesala de la pesadilla, se vislumbraba el
pánico de aquel que presagia que no todo iba a resultar tan festivo como se palpaba
en el ambiente al comenzar el sarao.
Si la mirada es el reflejo del alma, aquellos ojos de agonía emitían señales
inequívocas de sus perversas intenciones, que no era otra que la de causar la mayor
masacre hasta entonces conocida.
Fue entonces cuando, con el pretexto de hacer ‘match’ por afinidad entre los larvados,
se aproximó a su víctima de forma accidentalmente intencional, a la que pilló
totalmente por sorpresa, para su desgracia.
Su colmillo sangrante preveía el devenir sangriento del que el resto de asistentes era
totalmente ajeno. La fugaz luz de neón tuvo a bien iluminar y poner el foco de atención
sobre el tristemente ‘elegido’ en el preciso instante en que empezaba a practicarse la
felonía. No había derecho a que fuese precisamente él, pero el destino cruel se
ensaña con quien no debe…
¡Quién le iba a decir que su alumno favorito de criminología iba a poner en práctica
antes del fin del postgrado todas las buenas-malas artes de las que le había dotado! Y
como buen pupilo suyo, todo estaba premeditadamente estructurado como para que
nada se le escapase entre los dedos… sangrantes, tras la comisión del fatal acto.
“El fin no siempre justifica los medios”, les había instruido siempre con humildad y
raciocinio; sin embargo, que le afeara su desfachatez ante toda la clase ese pasado
viernes no ayudó a despejar la mente del atacante, cuyo plan había ido forjando desde
el momento en que la no afinidad maestro-alumno había recalado en el exrecluso el
primer día de clase.
La atmósfera sanguinolenta que pendía sobre las cabezas de los festejantes,
pergeñada por los cócteles color rubí más la decoración e iluminación tétricas,
ayudaron a crear la burbuja perfecta de éxtasis para el ‘hacedor de maldad’ (Mateo
7:23), no así para el receptor del macabro ataque. Con la confusión de la multitud
arremolinada, el contacto entre uno y otro pasó fatalmente inadvertido: colmillo y puñal
fueron todos a una para clavarse en la aorta del desdichado, regalando fluido en forma
de aspersor a los congregados, confundido con confeti, serpentinas y jeringuillas
rellenas de gel viscoso que ambientaban el tugurio, creando el caos.
La policía apareció justo cuando mi gemelo me delataba sin remordimientos. Su
venganza ante mi traición para su encarcelación quedó plasmada de forma magistral.
¿Frustración irremediable? ¿Perdón imperdonable? Fragilidad fratricida. Amor-terror-
dolor.