Ana estaba enamorada de la vida. Amaba su intensidad y se enamoraba sin remedio.
Ponía tanto afán en sus relaciones que los amigos y familiares se sorprendían en cómo lograba
esa asombrosa simbiosis.
La media naranja decía, me he encontrado a mi media naranja ¿no es tener una
suerte maravillosa? Así se expresaba Ana cada vez que caía rendida en los brazos de su nuevo
amor. Sí y se convertía en la otra mitad hasta que muchas veces no diferenciaba muy bien cuál
de los dos había dicho primero una cosa y quien finalizaba la otra frase. Es que lograba tener
tanta sintonía.., y cuando llegaba al punto de sentir la pareja como una sola volvía a empezar.
Cuando conoció a Manuel ella era tan solo Ana. Desde que le llegaba los recuerdos,
Ana era tímida, pero al mismo tiempo extrovertida. Hablaba sin parar. Siempre tan insegura
pero tan terriblemente irresistible. Manuel era callado, seguro de sí mismo, inteligente y
bastante miope pero no lo suficiente como no apreciar la sonrisa tan bonita que tenía Ana.
Ana admiraba tanto a Manuel. Admiraba todo lo que ella no poseía ¿Cómo podía
decir siempre las palabras justas en el momento oportuno? ¿Cómo podía derrochar tanta
seguridad? Encontraba explicaciones para todo. Él veía el mundo desde otro ángulo y le daba
distintas percepciones de las cosas. Resultaba ser tan terriblemente inteligente. Para Ana,
Manuel era un ejemplo a seguir y le intentaba imitar hasta llegar a irritarle.
¡Ana no hagas eso!, ¡Me estás asustando! Gritaba Manuel cuando Ana consiguió
casi imitar su propia voz al teléfono cuando llamó su madre. Ahora ella casi se estaba
convirtiendo en él. Manuel intentó pedir ayuda. No seas exagerado, le decían. ¿Nos te das
cuenta que Ana te adora? Ana comenzó a cortarse el pelo, a usar sus gafas, a dejar sus tacones
y vestirse como él hasta que un día decidió que su amor no podía levantarse de la cama y que
Ana le ayudaría haciéndole su comida favorita.
Aquella noche Ana y Manuel se acostaron a la misma hora. Manuel aterrado apenas
podía moverse. Se había despertado en mitad de la noche intentando levantarse, quería pedir
ayuda. Tenía una sed tremenda. Ana al darse cuenta le sujetó cándidamente su cabeza y le dio
de beber el vaso de agua que tenía puesta en la mesilla de noche. Descansa mi vida que tengas
dulces sueños, le susurró al oído dándole el más cándido de los besos. Ana, se levantó, ya no
lograba reconocerse en el espejo.
Aquel día Manuel, el de verdad, se quedó postrado en la cama y era Ana el nuevo
Manuel quien se levantaba. Manuel ya no necesitaba a Ana. ¿Por qué acababa tan pronto sus
relaciones? Con una vigorosidad asombrosa se vistió y se fue a su nuevo trabajo donde conoció
a Laura.
¿No es el amor asombroso con su infinita transformación?