Lo vi por primera vez una mañana al salir de la ducha. El espejo estaba cubierto de vaho. Sentí una sombra cruzar de izquierda a derecha, escapando del habitáculo de la ducha, me pareció que huía por la puerta del cuarto de baño. Fue una sensación como cuando alguien tapa una luz con su cuerpo. Pero además de ese cambio en la luz, sentí una presencia. Pasé mi mano por el cristal para desempañarlo, y pude ver una masa blanca, de contornos difuminados, a dos metros de distancia, detrás de mí. Me pareció que era una persona cubierta con una tela.
Esa noche, mientras cenaba en la cocina, escuchaba un poco de música en la radio, y la bombilla de la lámpara comenzó a titilar, en una cadencia que se sincronizaba con algunas interferencias en la emisora. Creí leer en aquellas pulsaciones de luz un mensaje, un código a base de tonos largos y cortos.
Detrás de mi, sentí como si una persona se hubiera agachado y expulsara un vaho helado en mi nuca. Fui a dormir sin recoger siquiera la vajilla.
Al día siguiente me desperté con la expectativa de que algo iba a ocurrir. Pero nada pasó. Nada que tuviera que ver con vivido la jornada anterior. Un paseo hasta el trabajo me sirvió para olvidar lo sucedido.
Al final de la tarde, de vuelta a casa, giré la esquina que limitaba con el parque, y avancé entre las acacias. Salí del refugio de ramas y hojas miré a mi ventana, en la segunda planta del edificio, y vi que una de las luces de casa estaba encendida. Antes de subir, llame por teléfono, pero nadie contestó. Permanecí sentado en un banco, sin atreverme a regresar a casa, sin dejar de mirar la luz tras las cortinas. A veces incluso creía ver una figura que se acercaba a la ventana y provocaba que la tela de las cortinas se moviera.
Subí por el ascensor, siempre lo hacía por las escaleras, pero aquellos ángulos muertos en las esquinas oscuras, y las luces automáticas de los rellanos, que se apagaban cuando menos lo esperabas, me inquietaban. Una vez arriba, abrí muy despacio. La luz del comedor seguía encendida, pero cuando cerré la puerta de entrada, se apagó. La puerta de esa estancia estaba cerrada, y no quise abrirla esa noche. Me fui directamente a mi habitación, y no sin dificultad, logré conciliar el sueño.
Al despertar había desaparecido la sensación de temor, tanto que ni siquiera recordaba nada de lo que había ocurrido la noche anterior. Cuando recorría los metros que me separaban del cuarto de baño, creí intuir algo. Me giré y vi un hombre tumbado en la entrada de casa. Absolutamente inmóvil, con las manos sobre el pecho. A su lado, una vieja sábana gris. Me quedé inmóvil, sin saber que hacer. Cerré mis ojos, contuve mi respiración, apreté fuerte mis párpados, y deseé con toda mi alma que, al abrirlos, aquel ser no estuviera allí.