Alba jamás había corrido tan de prisa.
El colgante, le golpeaba el tórax al ritmo de sus largas zancadas, provocando un constante tintineo
apenas perceptible a causa de los exhaustos jadeos de la joven.
Ella sabía que su única opción pasaba por alcanzar el final de ese inacabable puente, donde la
aguardaban sus compañeros, quienes aterrorizados alentaban la carrera de Alba. Estaba muy cerca,
escasos metros la separaban de sus amigos, pero por cada zancada que daba la joven, el puente parecía
alargarse.
Sus zancadas, eran cada vez más pausadas, pues la pobre, no daba más de sí. De atrás suya provenía
un olor horrendo el cual a cada instante se intensificaba, dando a entender que lo que fuera lo que lo
estaba produciendo, cada vez se hallaba más cerca.
Alba jamás llegó a pensar que un hedor pudiera producir tal pánico. Que equivocada estaba.
Ella seguía corriendo, pero no parecía avanzar. Alba, impotente, rompió a llorar, sin dejar de correr,
pues el terror no le permitía parar. Pero entonces, algo cambió.
Al dar un par de zancadas más se paró de golpe. Inmóvil. Blanca. Ella lo vio. Y no pudo reaccionar,
de ninguna manera. De sus ojos, ahora abiertos como platos, dejaron de brotar lágrimas. Su sofocada
respiración dio paso a un tenue sonido, similar a una sibilancia, y por los breves segundos en los que
fue capaz de sostener la mirada, su corazón dejó de latir.
Sus compañeros, confusos y aterrorizados, le gritaban apremiándola pues, fuera lo que fuera lo que la
estuviera persiguiendo, ya casi la alcanzaba.
Pero Alba no parecía prestarles atención. De hecho hasta olvidó por unos instantes el motivo por el
que estaba huyendo. El pánico en sus ojos reflejaba una aberrante visión. Lo que sus compañeros
jamás llegaron a saber fue que detrás de ellos, Alba vio lo que tanto temían que la atrapara.
Los gritos de sus amigos eran cada vez más intensos, ignorantes de su más inmediato destino. El
fuerte miedo petrificó a Alba, quien fue incapaz de advertirles. De que hubiera servido, de todas
formas. Tras un instante, se hizo el silencio.
Ese hedor repugnante se hizo más intenso que nunca.
Alba lo supo entonces; Ya la había alcanzado.
Cerró los ojos y se aferró a su colgante, para desaparecer junto a él para siempre.