Ya había tenido ese tipo de sueños. Me encontraba en mi habitación, con los ojos abiertos pero aún durmiendo. Siempre había algo diferente: la persiana estaba subida aunque me hubiera asegurado de dejarla bajada, la luz del día se reflejaba en el techo a pesar de que era de noche. Sin saber si era un sueño o no, intentaba moverme, levantar los brazos o incorporarme en la cama pero descubría que estaba paralizado. Normalmente no pasaba mucho rato hasta despertarme.
Ese día me encontré observando las sombras de los árboles moviéndose violentamente en el techo. El sonido del viento era atronador. Sin poder moverme, me quedé esperando a despertar, pero las horas pasaron y nada sucedió. La penumbra dio paso a la claridad del amanecer. El viento se calmó. Un par de horas después mi despertador empezó a sonar. Hice un esfuerzo por levantar la mano para pararlo, pero no pude moverme ni un milímetro.
Alguien llamó a la puerta de mi habitación, escuché pisadas en el salón y luego el piso se volvió a quedar en silencio. Mientras, la ciudad empezaba a despertar fuera de mi ventana. No entendía lo que estaba pasando. ¿Seguía soñando?
Una sombra se inclinó de repente sobre mi. No pude distinguir nada más allá de que parecía la figura de un hombre. Sin embargo, su rostro y su ropa estaban desenfocados. O quizás era mi vista. La sombra se retiró pero seguí notando su presencia, como si estuviera contemplándome desde un rincón.
Cada vez sentía más somnolencia y, aún así, intenté reunir mis fuerzas para incorporarme en la cama. Mi cuerpo no respondió. Escuché un ligero bufido de burla y mi confusión se convirtió en miedo. Noté sudor frío en mi cuello y mi espalda.
El día volvió a dar paso a la noche y entonces alguien abrió la puerta de mi habitación con un fuerte golpe. Una mujer con uniforme de policía se inclinó sobre mi. Escuché la voz preocupada de mi hermano que llegaba desde el salón. Otro hombre se aproximó. Más voces. Más personas, pero todas sus conversaciones carecían de sentido.
Unas manos me levantaron de la cama y me depositaron sin mucho tacto en una camilla. Luego vi el techo de mi salón, el descansillo de mi edifico, la luna en cielo nocturno, la parte de arriba de un vehículo, otra vez el cielo y después unos cegadores fluorescentes. Luego me depositaron en otra camilla, esta más fría. Quise protestar, decir algo, pero mi boca no respondió.
De nuevo se hizo el silencio. La sombra se volvió a aproximar y se inclinó sobre mi. Esta vez noté unas manos sobre mi cuello, presionando cada vez más. Entonces por fin su rostro se volvió más definido y lo reconocí. “Ahora duerme”, susurró.