20.35. ¡Qué palo bajar al trastero! No me queda otra, las maletas llevan semanas en la entrada. Ascensor, planta 0. En la puerta de entrada a los trasteros, vuelvo a leer el cartel que dice “Por su seguridad cierre la puerta para evitar posibles robos”. ¿Pero a quién se le ocurrirá entrar a robar en un trastero? Enciendo el interruptor. Zzzzz, vaya otra vez falla el fluorescente y luego no sé por qué diantres han puesto un temporizador y deja el pasillo a oscuras al cabo de pocos minutos. Abro mi trastero, el último del pasillo. Subo la escalera para colocar las maletas en la parte alta de la estantería. ¡Oh, no! ¿Ya se apagó la luz del pasillo? Pues ahora no puedo bajar a encenderla.
Ññññiiiiiii. Oh, alguien entra, bien, darán la luz, pensé. Pero no se oye nada, ni un hola, ni pasos ni encienden la luz del pasillo. Dios, me estoy acojonando. Miro hacia la puerta de mi trastero, oscuridad fuera, solo la débil luz de una bombilla de 40 w de mi trastero. El corazón me va a mil. Decido actuar, aunque apenas si me sale hilo de voz, por los nervios, alcanzo a decir: Vecino, ¿qué puede dar la luz del pasillo?
Nadie responde, pero hay alguien, lo sé, porque noto una presencia. Me estoy poniendo nerviosa. ¿Por qué tendré tanta imaginación? Piensa, piensa, ¿qué hacer en caso de ser atacada en un trastero?, ¿qué objetos arrojadizos, punzantes, cortantes, podrías usar en defensa propia y has abandonado durante 14 años en el trastero? Algún día le darás uso, pensaste al guardarlo, y sí, efectivamente, ese día parece que había llegado. Cogí el objeto más largo al alcance de mi mano, un fluorescente, y lo blandí en alto cuál espada láser. Qué la fuerza me acompañe. Empecé a descender la escalera, intenté decir algo, pero no me salía la voz. Pensaba, qué podría decirle al ladrón para disuadirle de que me hiciera daño, coja lo que quiera, pero no me haga daño, soy joven, tengo un niño pequeño… Estaba a punto de salírseme el corazón por la boca, y en ese momento se volvió a oír el ññniiii de la puerta. Se hizo la luz. Asomé la cabeza y vi entrar a un vecino que había visto solo en dos ocasiones, parecía sorprendido al verme con la cara descompuesta y el fluorescente en la mano, pero me sonrió. Hola, buenas noches, le dije, y volví a mi trastero.
¡Buf, qué alivio!, pensé. Después de este mal rato, nunca más bajaré más allá de las 17.00 al trastero. Dejé el fluorescente y la escalera en su sitio. Pero seguía encallada en el pensamiento paranoico que había tenido hacía un ratito. Entonces me di cuenta de que el vecino aún no había abierto la puerta de su trastero, y al girarme, le vi, en la puerta del mío, observándome. Me sobresalté y él sonriendo burlonamente me dijo: ¿Te he asustado, Sandra?
¡Ay, Dios!, ¿pero cómo sabe mi nombre?