“Tengo 24 horas para escribir mi final.
Algunos disponen de una vida entera, pero no es mi caso,
y yo solo cumplo lo que me ordenan. Un bolígrafo y un envejecido papel son lo único que alumbra la tétrica luz medio apagada, mientras que las gotas de frío sudor resbalan desde la parte superior de mi cabeza, ahora rapada, hasta
el cuello. Juraría que puedo oírlas caer al suelo.
Me siento como el protagonista de un relato de terror del mismísimo Poe, aunque mi cabeza funciona perfectamente, y el recuerdo de mi mujer es lo único que me mantiene cuerdo todavía. Dos tipos escalofriantes, los habituales, me obligan a escribir como deseo que llegue mi final, que cese de una vez por todas de respirar el putrefacto aire de la habitación donde estoy recluido. No actúan solos. Obedecen al que llaman Jefe, se cubre la cara con una abominable
máscara, siendo totalmente irreconocible. Lleva guantes negros, de un olor a cuero que me daña el cerebro, y me visita diariamente para obligarme a ingerir unas pastillas, y observarme. Aprieto los dientes. El Jefe es un personaje psicótico, que me produce terror cada vez que entra en la habitación con su característico olor a cuero. Oigo un sonido, la puerta. Sin dejar que penetre un atisbo de luz, los dos tipos se adentran en el pequeño cuarto.
Estás tardando mucho – el primero de ellos tiene una
voz grave, acorde a su tamaño.
Se aproxima a mi, apoderado de rabia, inclinándose para hablarme al oído. Mi mente dejó de ser dueña de mi cuerpo hace ya tiempo, y por ello, creo que fue más bien un acto instintivo lo que hice, ya que todo sucedió muy deprisa, y no estoy seguro de si en este orden. Vislumbré la pistola cuando se inclinó hacia mi, y de un acto reflejo se la arrebaté. Un disparo, un sonido ensordecedor, y luego humo. Al final es cierto que yo mismo he escrito el final.
Ahora, soy enteramente del Jefe."
SILENCIO.
¿Eso es todo?
Sí, su marido pidió ayuda, pero al final llegamos tarde
y el ya había fallecido. En la escena de la muerte sólo
hallamos esta carta, y creímos conveniente enseñársela.
Gracias. Yo... no se que decir.
Tómese un tiempo para asimilarlo señora. Se que es duro,
pero su marido padecía esquizofrenia e imaginaba lugares y
personajes ficticios, como el Jefe. Hicimos todo lo que
pudimos, pero llevaba un tiempo sin visitarnos y al final acabó
poniendo fin a su propia vida. Lo siento de veras – dijo el médico, mientras se despedía de la afligida viuda.
La señora, tras leer una vez más la tétrica carta, procedió a guardarla en su bolso, al lado de unos pañuelos, y de un par de guantes negros, que desprendían un curioso olor a cuero.
Sonrío, mientras pensaba en lo misteriosa que era la vida, y lo
inútiles que resultaban los médicos al juzgar de loca a la persona
equivocada.
En fin. Ahora tenía que buscar otra víctima.