10 de Noviembre otra vez, no puede ser. Qué rápido pasa un año.
No quiero ir, no me apetece pero hace cinco años firmé un contrato y no puedo escaquearme del compromiso. Así que esta noche tengo que ir a trabajar a ese maldito restaurante.
Mientras me visto, me miro en el espejo y me digo a mi mismo.
—Venga hombre que solo es una vez al año, de que cojones te quejas. Ganas una pasta, cualquier camarero estaría encantado con este trabajo.
Pues se lo regalaría gustoso si pudiera, pero no puedo.
Resignado termino de anudarme la pajarita, uno de los requisitos esenciales es la buena presencia. Se me hace un nudo en el estómago solo de pensarlo. Me peino despacio y pongo mi mejor sonrisa para ir practicando.
No sé si es mi imaginación que me juega malas pasadas o hoy la noche parece mas fría y húmeda que ayer. Camino despacio, intentando alargar eternamente mi llegada hasta aquella reunión que me produce nauseas. Observo detenidamente a los pocos viandantes con los que me cruzo, qué felices se les ve, como me gustaría cambiarme por cualquiera de ellos pero no puedo, esta noche no.
Según me voy acercando a mi destino mis pasos se van haciendo más y más lentos, me paro en todos los escaparates que encuentro a mi paso solo para mirar mi reflejo y darme ánimos.
—Vamos tío, se fuerte. Solo es una noche.
Armado de valor doblo la última esquina y al final del callejón veo el cartel del restaurante Lamucca, mi destino. Se me pasa por la cabeza dar media vuelta y salir corriendo, correr hasta que las piernas no me respondan, pero sé que sería inútil, me encontrarían.
Llevo unos segundos parado ante la puerta del restaurante con la mano temblorosa apoyada en el pomo, haciendo un esfuerzo sobrehumano abro la puerta.
El calor que sale de dentro invita a pasar, al igual que sus mesas de madera y sus paredes de ladrillo visto. Todo tan acogedor, tan familiar, tan frío.
Una vez dentro me quedo inmóvil en el umbral observando las caras de los comensales. Todos tan perfectamente vestidos, tan guapos, tan jodidamente perfectos. Sus caras parecen sacadas de cualquier catálogo de moda, pero sus ojos oscuros y penetrantes serían capaces de dejar helado a cualquiera.
Sé que ahora viene lo peor, el momento en el que todos se giran para saludarme y veo esos colmillos en sus gélidas sonrisas.
10 de Noviembre otra vez.