Era un día tonto, de esos que ni llueve ni sale el sol y que no sabes qué ponerte y todo lo que te pones te queda mal. Día perfecto para ir a comerme una pizza a Lamucca, pensé.
Así que a Lamucca fui. Pronto para evitar el follón y porque no había desayunado. Iba con el antojo de pedirme una de esas pizzas irregulares y deliciosas de Lamucca y comérmela entera. Se me hacía la boca agua pensando de qué me la pediría.
Conseguí sentarme en una de mis mesas favoritas, las que están junto a la ventana. Aunque dije que comía solo me dejaron sentarme en una de cuatro. “Aun es pronto y si no hace una sobremesa muy larga no habrá ningún problema”. No sé si fue un comentario con segunda intención, como si fuera improbable que yo solo pudiera disfrutar de una prolongada sobremesa conmigo mismo.
Pedí una copa de verdejo. No suelo beber alcohol el mediodía pero un día tonto se merecía decisiones tontas. Primero solo me mojé los labios para apreciar su toque afrutado saborear su acidez progresivamente. Qué decisión tan fantástica la mía la de haber pedido esta maravillosa copa de verdejo, me dije.
Ya sabía qué pizza iba a pedir así que le dije al camarero que no necesitaba saber los especiales. Él insistió y como no tenía ninguna prisa le escuché con tranquilidad, disfrutando de la exquisita acidez que el vino estaba dejando en mi paladar y anticipando ese primer bocado de mi pizza. “Salmón al horno, con piñones y ensalada tabulé.» Mi paladar cogió un desvió inesperado. ¿Puede repetir esto último, por favor? Mis ojos se fijaron en los labios del camarero mientras repetía «salmón al horno, con piñones y ensalada tabulé.»
Yo quería ese salmón. Quizá fueron los piñones que se me antojaron exóticos y perfectos para un día tan tonto. Pizza podía comer otro día, pero ese salmón con piñones y ensalada tabulé quizá no se volviera a cruzar por mi camino en otra ocasión.
Pedí el salmón con sus piñones y demás aderezos. ¡Qué apetito tan caprichoso el mío! ¿Habrá sido el vino? me pregunté. ¡Qué más da!
Desde mi privilegiado lugar junto a la ventana me distraje mirando la gente pasar y un sorbo detrás de otro, me terminé la copa de vino. Pedí otra porque era impensable y casi de mala educación recibir al salmón a secas. El primer sorbo de esta segunda copa me agudizó mi impaciencia por que llegara el salmón. Decidí reorganizar todos los objetos de la mesa para dejarle un espacio de honor frente a mi.
Finalmente llegó mi salmón y nuestro primer encuentro no fue lo que mis expectativas habían adelantado. Yo esperaba un medallón o un lomo fileteado pero delante de mi estaba el pescado entero, con la boca medio abierta y el ojo como una canica descolorida mirando el vacío.
Tenía que haber pedido la pizza me dije. Esto me pasa por salir de casa en un día tonto. Me tenía que haber quedado y haberme hecho una buena pasta con aceita, ajo y sal.
Me sentí incapaz de clavar el tenedor en el lomo del pez, no sabía si por pena o porque me había dado cuenta de que prefería la pizza. Si pido que me lo cambien a lo mejor lo pueden aprovechar si no lo toco. Qué barbaridad, por supuesto que no pueden hacer eso. ¿Pero lo tirarán? ¿Y si pido la pizza y digo que el pescado me lo pongan para llevar? Pensarán que soy tonto, bueno, ¿Qué se puede esperar de un día tonto? pues que entre un tonto por la puerta. Si, yo creo que lo mejor es que no me lo coma, no me apetece nada, además el salmón acaba de parpadear.
¿Pero qué estoy diciendo? Habrá sido el reflejo de la luz. Ahora sí que no me lo puedo comer. Se está hinchando, como si estuviera inhalando. Pero si fuera del agua un pez no puede respirar. ¡Ha vuelto a parpadear! Juraría que ha abierto la agallas. ¡Ay que se le va a caer un piñón dentro! Quizá le molesta el ramillete de perejil que tiene tan cerca del ojo. ¿Pero qué estoy haciendo retirando el perejil? ¡Seré tonto! Vuelve a abrir la agallas. No puede respirar. ¿Y si le hecho agua por encima? No me puedo quedar aquí sin hacer nada. Lo mejor será que llame a un camarero y le pida que lo metan en una cubeta de hielo. Pero van a creer que me faltan bisagras en el ático. Está abriendo la boca, parece estar pasándolo mal. Yo le voy a echar el agua por encima. ¡Ay, pero qué torpe, le he echado el vino! ¡Ay mi madre! Parece que se ha tranquilizado, los ojos tienen mejor pinta. Eso ha sido un suspiro. ¡El salmón ha suspirado! Ahora si que no me lo puedo comer.
-¡¿Qué me has echado encima?! ¡Me ahogo!
-No puede ser. ¿Estás vivo?
-¿A ti qué te parece?
-Pues me parece que sí pero no deberías de estarlo. Por favor puedes dejar de mirarme, me estás poniendo muy nervioso.
-¿Qué pasa, no te gusta que te miren?
-Pues depende de quién.
-A mi me llevas mirando tu desde que he llegado a la mesa.
-Tus circunstancias son muy diferentes a las mías, por favor no compares.
-Como tu digas, pero entonces hagamos una cosa, pídeme para llevar. Di que te han llamado, que te tienes que ir y que tengo una pinta fabulosa y que luego me comerás.
-¡¿Pero cómo te voy a comer?! Yo no te puedo comer después de esta conversación. ¡Ay, mi madre!
-Tranquilízate hombre, que no pasa nada, si aquí el que está más cerca de palmarla soy yo.
-Bueno, te llevo a casa y allí ¿Qué hacemos?
-¿Tienes microondas?
-Si,
-Pues me das un calentón y ¡para la cena!.
-¡¿Pero tu estás majara?! ¿Cómo te voy a meter en el microondas? Es como si metiera al Lonchas en el microondas.
-¿Quién?
-El Lonchas, un hámster que tenía de pequeño.
-¡Qué cosas dices!
-Eso digo yo, ¡qué cosas dices tu!
-Venga por ahí va el camarero, dile que “para llevar”.
Le pedí al camarero que por favor me preparara el salmón para llevar. Más prueba de que este era un día tonto imposible.
También le pedí que por favor se asegurara de que me preparaba «este y no otro,» no se fuera confundir con el salmón de otro comensal. Al ver el salmón intacto, el camarero me preguntó si había algún problema y le dije que no, que me acababan de llamar de una obra que están haciendo en mi casa, y que habían tirado la pared equivocada.
El día escalaba en tontería.
¡Qué original eres! Escuché decir al salmón antes de que el camarero se alejara con el plato. ¡Qué barbaridad!
Caminando hacia casa, con el paquete de Lamucca en la mano, me empecé a sentir un poco acalorado. Estaba caminando demasiado rápido, con ansiedad, impaciente por sumergir al pez en agua. Se mantenía el sabor ácido del vino en mi paladar. Quizá compre de vez en cuando vino blanco, pensé. Para los día tontos.
Llegué a casa y en la cocina me dispuse a abrir el envoltorio de Lamucca. Interrumpí el proceso para abrir el agua de la pila, puse el tapón y esperé a se llenara hasta arriba.
Volví al paquete y mientras lo abría, me di cuenta de que no había comido y que estaba hambriento. El aroma del salmón horneado con piñones me hizo salivar y me resultó grotesco reconocer que tenía ganas de comerme el salmón, acompañado de una copa de verdejo. Espero que el pez no pueda escuchar mis pensamientos, pensé, yo hoy ya me espero cualquier cosa.
Pizza de chorizo picante.
Llamé a Lamucca. «Lamucca de Almagro, buenas tardes, le atiende Guillermo ¿en qué le puedo ayudar?» Se escuchaba el estridente ruido de platos y gente y sin darme cuenta expliqué gritando que me habían envuelto para llevar una pizza de chorizo picante que no era mía en lugar de mi salmón.
“Eso es muy raro,” dijo Guillermo, no obstante podían, me dijo, prepararme otro salmón que estaría listo para recoger en 20 minutos. No, no, tiene que ser el que me sirvieron en la mesa. Pedí hablar con el encargado. El encargado no se podía poner, me volvieron ofrecer un nuevo salmón y me podía incluso quedar con la pizza. No gracias y colgué.
Estaba acalorado, no era normal el nivel de ansiedad que el asunto del salmón me estaba causando. Miles de salmones se hornean y se comen todos los días y no pasa nada. Esto debía de haber sido el vino. No me sienta bien beber al mediodía y por eso no lo hago. ¡A ver si va a ser efecto el vino! ¡Seguro que es eso! Una mezcla del hambre, las ganas de pizza y el vino esta haciendo que vea una pizza donde realimente está el salmón. ¡Qué vergüenza! Pero entonces, tengo que actuar rápidamente, antes de que sea demasiado tarde y no me lo pueda perdonar nunca.
Cogí el paquete de Lamucca y dejé caer su contenido en la pila con agua. He de confesar que vi un par de rodajas de chorizo picante flotar pero no me dejé engañar por mi mente embriagada y me fui confiado de que el salmón estaría bien allí unas cuantas horas hasta que me sintiera mejor y pudiera decidir con criterio que hacer.
Abrí las ventanas del salón para que se aireara el ambiente y me senté en el sofá con los ojos cerrados para relajarme. Me despertaron unos suaves golpecitos en mi puerta. Debía de haberme quedado dormido un buen rato. Ya era de noche. Sabía quién llamaba. Era Teresa, mi hermosa vecina del quinto. Mi vecina Teresa y yo compartimos una agridulce amistad gracias a sus desventuras amorosas. Ella es aficionada a los amores imposibles y yo he debido ser el único que a pesar de sus reiterados tropiezos nunca la juzgo. Cuando no queda nadie más, ahí estoy yo. Entre nosotros no ha habido nunca nada. Soy demasiado posible para ella.
Allí estaba en la puerta con una botella de vino tinto.
-¿Me acompañas? Me preguntó.
-¿Todo bien?
-Sí, sí, es solo que no me apetece bebérmela sola.
-¿Pedimos unas pizzas?
-¡Venga! Voy abriendo la botella mientras tu las pides.
Nos encantan las pizzas del bar de abajo. Por la noche siempre está lleno así que tuve que esperar al teléfono a que me atendieran. Me deleité con la imagen de Teresa en mi cocina, hurgando en mis cajones buscando el sacacorchos, con esa familiaridad de ella, casi ofensiva. Tras abrir la botella fue al armario donde guardo las copas, cogió dos y las sirvió. Una para ella y otra para mi. Se fue a lavar las manos. Por fin me atendieron, era la voz de Manolo. “¿Dos de las de siempre?” Sí, crujientitas, le dije. “Bájate en media hora”. Gracias y colgué.
-¿Qué haces? Pregunté a Teresa al verla inclinada en la pila.
-Este pez se va a ahogar aquí.
No supe qué decir.
-¡Es enorme! No puedes tener este animal aquí.
-Tendré que comprar una pecera.
-Pero es muy grande. ¡Ya sé! ¿Por qué no lo llevamos al pantano de San Juan?
-Es buena idea, ¿vienes conmigo?
-¿Mañana?
-Sí, a primera hora.
Teresa asintió y se acercó a mi con las dos copas de vino.
El primer sorbo siempre es el mejor.