Estoy nerviosa. Estoy nerviosa y quiero llegar a mi casa cuanto antes. Miro en todas las direcciones para asegurarme. Sólo para asegurarme. Y confirmo mis sospechas. Ni un alma. La calle está desierta ¿Qué esperaba a estas horas? Hace frío. Hace mucho frío. Una buena excusa para darme prisa. Respiro hondo y comienzo a andar.
La iluminación de las farolas es escasa. Las sombras sobre el pavimento parecen tener vida. Acelero el paso. Tengo un presentimiento. Pero sólo es eso. Un presentimiento. Trato de distraer mi mente. Concentrarme. Algo roza mi pie derecho y, de manera inconsciente, salto. Me apoyo en la pared para no perder el equilibrio. Miro al suelo. Una bolsa. Una bolsa de plástico. Se me escapa una risa nerviosa. ¿Qué me pasa? Todo esto es ridículo. Tengo que tranquilizarme. Venga, un poco más. Sólo un poco más.
Me obligo a caminar a un ritmo normal y froto mis manos con nerviosismo. Oigo algo. Paro en seco. Silencio. Me doy la vuelta, pero no veo nada. Estoy temblando. Puede que sea por el frío. Pero prefiero no averiguarlo aquí. Continúo la marcha. Sólo se oyen mis pisadas que producen un eco en la lejanía. Y el ulular del viento. Un sonido tétrico. Escalofriante.
Las luces de las farolas comienzan a parpadear. No. No. Por favor. Eso no. Vuelvo a acelerar el paso. Incapaz de controlar mis reacciones, observo cualquier movimiento en la calle. Puedo ver mi portal a unos metros. De pronto, la iluminación desaparece. No consigo evitarlo. Echo a correr. Entonces los oigo. Los pasos. Ya no es mi eco, estoy segura. Son pasos firmes que avanzan en mi dirección. Intento correr más rápido. La escasa distancia que me separa del portal me parece insalvable. Estoy aterrada. Mi pulso se acelera. ¡Vamos! ¡Sólo un poco más!
Alcanzo la pesada puerta de hierro. Meto la mano en el bolso y busco nerviosa. Las llaves. ¿Dónde están las llaves? Mis dedos palpan distintos objetos. Los pasos se acercan. No me atrevo a mirar atrás. Mi corazón palpita frenético. Soy incapaz de respirar. Alguien comienza a correr. Entonces las encuentro. Saco la mano del bolso y con el ímpetu caen al suelo. Me agacho y las recojo con un rápido movimiento. La histeria me impide acertar con la llave en la cerradura. Dios mío, no. Por favor. Al borde del llanto, la puerta se abre. Suelto un grito ahogado y me abalanzo hacia el interior al tiempo que cierro de un empujón. Apoyo mi espalda en el cristal. Respiro aliviada.
Me doy la vuelta para observar la calle mientras retrocedo lentamente hacia el ascensor. Un joven universitario pasa por delante del portal haciendo footing. Me detengo. Continúo observando. No hay nadie más en mi campo de visión. Una carcajada histérica emana de mi interior. Respiro hondo. Mis mejillas están húmedas. Consigo tranquilizarme. De pronto, oigo un ruido. Me vuelvo justo a tiempo para verlo. Entonces, un golpe seco. Después, oscuridad.