Nacimos cadáveres
Esa fría noche me acechaba un resfriado
como lo hace el gato con un ratón
asustado. Suspire hondo al sentir que la
melancolía se me quedaba mirando a
través del espejo de mi oscuro y
desordenado cuarto, nunca se me dio muy
bien lo relacionado con la limpieza. A paso
lento, me levanté de la cama, me puse las
pantuflas y camine torpemente por las
grandes y largas escaleras hasta la parte
baja de mi casa. Grandes y valiosos
cuadros adornaban el lugar y, por primera
vez en mucho tiempo, observe que no
había ni una fotografía de algún familiar. Ni
siquiera del atormentado hijo con el que
alguna vez me relacione y luego, sin razón
aparente, me alejé de él lo más que pude.
Me senté en el viejo sofá que me había
regalado mi madre y me acurruque
mientras recordaba las veces que debí
callar en vez de blasfemar. Suspiro de
nuevo, no hay respuesta, pensé que nadie
sabe a dónde llega un suspiro en la noche.
De un momento a otro, siento que todo mi
cuerpo se entumece y extrañas voces se
alojan en mi cabeza. Pasos de ultratumba
hacen chirrear al suelo de madera. ¡Susto!
Siempre supuse que la muerte no usaba
zapatos. Traté de abrir los ojos, pero no
era posible, mis párpados estaban tan
caídos que ni toda la fuerza del mundo
podían abrirlos. Dentro de mi cabeza, las
voces seguían hablando en un idioma
desconocido. Quise gritar, nada, mi boca
estaba sellada como tumba. Unas
cadavéricas y frías manos me cargaron.
Una etérea voz me ordenaba abrir los ojos y,
finalmente, logro hacerlo. Para mi
sorpresa, la cara del ente que me sostenía,
era exactamente igual a la mía. Pude abrir
la boca y estúpidamente le pregunte quien
era, pero no hubo respuesta, era obvio
quien era y que hacia ahí. Trate de zafarme
de sus brazos, pero era inútil. Cuando
entendí que ya mi suerte estaba echada,
solo me deje llevar hacia el olvido.
En pleno camino, supe que al final de la
ruta de la vida, nacimos cadáveres, solo
somos cadáveres.
Cadáveres que terminan desnudos y
tendidos bajo un olmo avejentado y sin
hojas. Cadáveres fríos, sin alma,
con un corazón de piedra y sin latidos.
Somos simples cadáveres sin tumba,
porque si no nacimos para eso.
Entonces ¿para que nacimos?