Querido diario:
Escribo bajito porque no quiero que se enteren.
Hoy ha sido divertidísimo. Muy bonito, sí señor. Sí, ya lo sé, ya lo hemos hablado y me
habías dicho que no lo volviera a hacer, pero me gusta mucho y no puedo... claro, a los demás, ni
pío. Por eso hablo contigo, tú qué crees.
Hoy Milena... la verdad es que sigo son saber si se llama así. Con la mordaza que le he
puesto tampoco me lo va a decir pero un nombre tiene que tener y a mí me gusta Milena. Pues bien,
Milena hoy estaba dormida. Temblaba un poco por el frío de la noche y tenía la piel morada. Me
acerqué. La desperté con un palo y me daba un poco de asco. No, asco no. Me daba miedo así.
Atada a ese árbol.
Querido diario, tenías que verla cuando abrió los ojos y rompió a llorar. Sin sonido, claro.
Que no soy tonto y no le quité la cinta adhesiva de la boca. Claro que me gustaría oírla gritar algún
día, pero ya sé que no se puede, vale, ya lo hemos hablado.
Cuando le rajé la piel del brazo con mi cuchillo, abrió muchísimo los ojos y gritó para
dentro y fue hermoso. Tenías que verla. Cómo molaría oírla chillar de verdad, pero no se puede.
Arrimé la cara a su piel al pasar mi navaja porque quería sentir el sonido de sus tejidos al abrirse.
No oí nada. Pero estaba contento igual.
De camino a casa me puse a dar saltos en los charcos de la lluvia de ayer.
Ella queda allí, atada y ya no llora.
Mañana jugaremos más.
No se lo digas a mamá.