El Doctor Luis Sousa, nunca se había sentido tan alegre como aquella mañana, cuando se despertó con la conciencia de que se encontraba a punto de alcanzar uno de los mayores sueños como lo era ir en caída libre con un paracaídas a cuestas. Por eso al estacionar su camioneta en el aeropuerto de Maiquetía en Venezuela, se encontraba invadido de muchas expectativas.
La pista de aterrizaje estaba desierta, solo se encontraban algunas avionetas estacionadas en la pista, la temperatura en el ambiente oscilaba sobre los 30 grados, hacia sol y la brisa ligera soplaba en condiciones óptimas para practicar el paracaidismo.
Ron, el instructor del paracaidismo con más de doce años de experiencia, mientras nos revisaba nuestros equipos, nos alentaba con palmadas en la espalda en el momento en que saltábamos.
Realizábamos ejercicios y preparábamos los equipos en el hangar ya que debíamos practicar los saltos con un simulador, la emoción no se hizo esperar, uno de los alumnos Pedro Mol, nos grabaría con cámara de video la cual la llevaría montada en el casco. Subimos a la avioneta, a nuestros pies se extendían hermosos paisajes, cercanos a los 700 metros de altura el profesor abrió la compuerta y nos colocó el escalón sobre el tren de aterrizaje, el sonido del viento era ensordedor y con la ayuda de las señas nos comunicó que era hora de saltar.
Ya no tenía miedo, di un paso, me tiré de espaldas y caí al vacío, la emoción aceleró mi adrenalina, unos metros a la distancia pude observar a mi compañero Pedro, como lo había prometido grabándonos en nuestro recorrido de caída, consulté mi altímetro de pulsera a los tres mil metros y me toque la cuerda anaranjada que abriría el paracaídas, habíamos practicado tanto esta acción, que en nuestras prácticas debíamos llevar nuestras manos a la cadera para simular lo que debíamos realizar, pero ahora no la encontraba y los segundos corrían.
Realice otro intento de alcanzar la cuerda a los 35 segundos de haber saltado, pero perdí el equilibrio, trate de apoyarme con mi instructor pero los dos caímos sin control al embudo del vacío, comencé a gritar y peligrosamente todos los paracaidistas quedamos unos sobre otros para ser atraídos por la succión de la tierra.
Así, que en medio de la confusión mi profesor intentaba en vano en voltearme boca abajo para que yo pudiera abrir sin peligro mi paracaídas, pasaron unos minutos, era aterrador, las ráfagas de viento me cortaban la cara, parecía que estuviera en una licuadora a toda velocidad, jamás se me olvidara en mi vida la cara de Pedro contemplando con horror y pavor la escena que estaba grabando.
Quería que parara necesitaba aferrarme a una alternativa de solución, no podía creer que íbamos a morir, solo grite ayúdenme por favor, pero el viento se llevaba cada una de mis palabras…
Desperté y aún era de noche, no podía creer que nos habíamos salvado, era tan solo una terrible pesadilla.