La primera vez que vi a Clara Darnell fue al contraluz del ventanal, en uno de los salones de su fastuosa mansión. Miraba hacia el jardín mostrando una silueta achaparrada y corta estatura, pero lo que de verdad llamó mi atención, cuando se giró para saludarme, fue su rostro, de edad indefinida y ciertamente poco agraciado. Se comportó con amabilidad, los labios dibujando una sonrisa asimétrica y desequilibrada, como en un cuadro abstracto, y con un ademán me invitó a sentarme mientras el mayordomo nos servía un café con pastas. “¿Qué le parezco?”, me dijo con esa mirada estrábica que me desconcertaba, que me complicaba decidir hacia qué ojo debía dirigir mi vista. “No tenga reparos en decir la verdad”, continuó, “soy una mujer horrible, y también una mujer indecentemente rica. Usted es el mejor cirujano estético del mundo y estoy dispuesta a gastarme toda mi fortuna si fuese necesario para que con sus manos obre el milagro en mi cuerpo”. Luego me confesó que era una apasionada del cine y que envidiaba la belleza de algunas actrices famosas: era a ellas a quienes quería parecerse, pero no a ninguna en conjunto, sino que de cada cual le gustaba esto o aquello. Así me dijo: “Quiero las piernas de Charlize Theron, el torso de Salma Hayek, las mandíbulas y labios de Scarlett Johansson, los ojos de Angelina Jolie…” Aquello me pareció demencial, mucho más que alguna de las extravagantes propuestas de otras caprichosas clientas, pero me dejé seducir por la ambición y acepté.
Ha sido el reto más complicado de mi vida, pero por fin lo he finalizado y Clara Darnell es otra mujer, plenamente satisfecha con su apariencia. No podía ser de otra manera pues seguí a rajatabla sus indicaciones y deseos. Ahora luce las piernas de Charlize Theron, el torso de Salma Hayek, las mandíbulas y labios de Scarlett Johansson y los ojos de Angelina Jolie, los auténticos, los que ella quería. El problema que tengo por delante es deshacerme de los cuerpos mutilados de estas actrices.