Asesto un fuerte golpe con la macheta. La hoja corta la carne con facilidad, pero puedo notar como el hueso se astilla. Joder, ahora habrá trocitos de hueso por toda la carne ¿Era tanto pedir que por una vez algo me saliera bien? Miro a los niños, están sentados en la mesa de la cocina. Hugo, el pequeño, juega con dos muñecas que ha heredado de su hermana. María sin embargo no me quita ojo, siempre esperando que cometa un error, igual que hacía su padre. Por eso a la voz no le gustaba. La voz parece tan lejana ahora… a penas la recuerdo, pero sí recuerdo que enmudeció él día que él se fue.
− ¡Veis lo que me habéis hecho hacer! ¿Cuántas veces os he dicho que no me molestéis mientras cocino? − Les grito.
− ¡Pero si no hemos hecho nada! Siempre nos culpas de todo.
− Claro, nunca tenéis culpa de nada, venga salid a jugar fuera, que nos hemos venido al campo para que tengáis donde jugar y ahora ni siquiera salís de casa.
− ¡Nos hemos venido porque somos pobres! − Solo quiere hacer daño, y lo hace. Pero las palabras no parecen suyas.
− ¿De dónde has sacado eso?
− Es lo que dice la abuela, también dice que deberíamos vivir con ella, y… y ¡que estás loca de atar y que te van a encerrar muy lejos! – Ella sale con su hermano en brazos, yo me quedo derrumbada en la cocina.
Incapaz de lidiar con eso me centro en lo que puedo controlar, la comida, la carne, a María ya se le pasará son cosas de preadolescentes. Cojo un cuchillo y comienzo a rasgar la carne, es mejor desmenuzarla separarla del hueso para luego limpiar cada trozo, en trozos las cosas son más manejables… más sencillas. Estoy tan concentrada en la carne que no noto que me he cortado hasta que la sangre cae encima de la tabla. Contemplo absorta aquel goteo hasta que la voz me habla.
− Es igual que su padre, ¿verdad?
− Igualita, no sé qué he hecho mal.
− ¿Tú? nada. Es culpa del padre.
− El muy cabrón, ¿se los quería llevar te acuerdas?
− Sí, me acuerdo muy bien él también te llamaba loca, pero tú no se lo permitiste. Imagínate que habría sido de ellos sin ti, si no hubieras hecho lo que tenías que hacer.
− Ya, entonces yo era más fuerte, aunque por ellos… por ellos haría cualquier cosa.
− Lo sé. Pero la pequeña tiene razón, tu madre te los va a quitar y asumámoslo delante de un juez tiene todas las de ganar. Los acogerá entre sus caídos pechos y los volverá en contra tuya.
− ¡No lo permitiré!
− ¿No? ¿Y qué vas a hacer?
− Lo que tengo que hacer, es lo mejor para ellos− Claudiqué a la voz. Aprieto con fuerza el cuchillo que gotea mi sangre.
− María, Hugo entrad en casa, quiero presentaros a alguien.