Soundtrack: Zack Hemsey - "The Way (Instrumental)
Supongo que ya llevaba un rato en el marco de la puerta cuando lo percibí por primera vez.
Hacía cinco años que no le veía. Pero allí estaba a las dos de la mañana, de pie, erguido como no
lo había estado en la cama del hospital donde suplicaba una dosis más grande de morfina. No le
veía los ojos, porque no tenía, pero sabía que me miraba. Aquella pose era elegante y
sobrecogedora. Su figura era un contorno a través de la pequeña luz de emergencia naranja.
Distinguí sus formas casi tan rápido como entendí que estaba totalmente despierta. Traté de
pensar que había otras razones para verle allí, que estaba en la vigilia, pero su presencia media
un metro ochenta y se erguía como lo hacía cuando me esperaba a la salida del colegio. Y mi
razonamiento era demasiado lúcido como para ser inconsciencia.
Estaba tumbada en mi cama, y pensé que sólo necesitaba parpadear para que se fuera. No
funcionó ni la primera ni la quinta vez. Decidí mirarle directamente, queriendo no perderme el
momento en que mi subconsciente entendiese el espejismo. O el sueño. Pero fui consciente de
mi aliento, de mis latidos, de su realidad. Era la primera vez que nos veíamos sin que él estuviera
dentro de una caja de madera, rodeado de flores y también era la primera vez que no estaba
dormida.
Quise y pude preguntarle. Pero no lo hice porque seguía teniendo el mismo miedo que tuve
cinco años antes a aquella respuesta:
¿Por qué te fuiste?
Y mientras lo pensaba miraba su figura negra, su cuerpo declarando mi incomprensión. ¿Se
había ido? Era real. ¿Había sido su cáncer nuestro final? Tal vez su cuerpo en el inframundo de
un ataúd era tan abstracto como mirar sin duda entre parpadeos una silueta bien definida en la
puerta de mi cuarto. No olía a carne deshaciéndose en el tiempo, no sentía dolor. Ambos
estábamos más allá. En el conocimiento severo de que nada le haría marcharse puse mis ojos al
servicio de la oscuridad. Le di la espalda como él me la había dado a mí al abandonarme. Y le
dejé quedarse mirándome como yo había visto cada ladrillo de hormigón cubrir su caja con una
banda con mi último adiós sobre el barniz que le vestiría la eternidad. Uno a uno el cemento
unió los bloques que le taparon. Le hundieron. Nos hicieron olvido.
Queriendo torturarle volví a girarme hacia el rincón y le vi más grande, más cerca de la esquina
de mi cama. Crujió el suelo cuando dio el siguiente paso. Tenía ahora un brazo en jarra. Se
quedaría. Aquella noche le dejé quedarse conmigo como me prometió mientras aún respiraba,
le dejé redimirse de su abandono prematuro y le liberé. Y me dormí con la plena consciencia de
que el hombre que había muerto hacía cinco marzos me miraba. Yo siempre sería su niña bonita.