Entré al recinto. La penumbra característica de aquella hora hacía galopar en mi mente las angustias vividas en ese lugar. Conocía como nadie los vericuetos y escondites. Los caminé infinidad de veces, con zapatos y sin ellos, y con aquella mano, perfumada de incienso, que me hacía flotar más que caminar.
Allí se incubó la semilla, el virus, la venganza de la transformación. Y hoy entra por esa senda mi ser transformado. No sé lo que soy. De lo que fui solo queda la venganza cocinada a fuego lento.
Una vez más reviso, mentalmente, los instrumentos necesarios que llevo en mi mochila. Nada puede fallar. Llego al sitio deseado. Me saludan los aromas añejados, las ropas, los vinos, libros, el cedro de los armarios... Oigo los pasos inconfundibles. Me sudan las manos y la sangre acelera latidos. No hay marcha atrás, es el día señalado.
En la sala principal reina el silencio, y la penumbra se mantiene. Los testigos presentes permanecen mudos, pero en su fuero interno sé que aplaudirán.
Desde mi escondite observo. La rutina no cambia. Desviste la mitad de su cuerpo, descalza sus pies. Vierte en su copa preferida la espirituosa bebida. La lleva a su nariz e inhala profundo. Una sonrisilla dibuja sus labios. Sorbe el primer trago con deseos. Lo deja bajar lentamente. Abre la gaveta y saca la caja de habanos, sus preferidos. Toma uno. Repite el ritual de absorber el aroma conocido. Otro trago. Lleva el habano a sus labios y la mano derecha se desliza por la gaveta en busca del encendedor. Tantea, su comisura labial se desplaza a un lado. No lo encuentra. Jamás sucede. Tira de la gaveta con violencia. No lo encuentra.
El habano en su boca. La ira en su cara. El chasquido y la llama del encendedor hacen que gire la cabeza.
—¿Quién eres? ¿Cómo te atreves a entrar aquí?
—¿No me conoces? ¿Tanto he cambiado?
—No, ¿quién eres?
—Soy un ser indefinido que tampoco se conoce, pero que no olvida. Y que tú transformaste.
Sus pupilas se dilatan. Está llegando al punto de partida, a su época dorada. Su comisura labial acentúa la mueca.
—Hoy termina todo. Has llegado a la última página. No podrás comenzar de nuevo.
—¡No, por favor! ¡No lo hagas!
—Es tarde.
La tijera recién afilada desprende de un golpe su miembro viril. El líquido vital brota. Tomo la preciada copa y recojo la sangre que emana de aquel surtidor fatídico.
La llevo a sus labios.
—¡Bebe de tu sangre! ¡Bebe! ¡Exorciza tus pecados!
Las campanas tañen, es hora de misa.