Siempre es el mismo sueño, siempre. Una carretera oscura, una casa mal iluminada y el silencio, un silencio tan frío, tan completo, tan denso que pareciera en sí mismo un sonido. La luna, llena en el horizonte, se me antoja una cara redonda que se ríe de mis absurdos miedos.
Y ahí estoy yo. Perdida tras haber golpeado mi coche contra el único árbol de la zona, camino despacio hacia la casa, en busca de ayuda. Entonces, escucho pasos que me siguen y siento cómo la sangre, bombeada aún más deprisa por mi angustiado corazón, se me congela. Quiero correr, pero las piernas no responden. Parecen estar pegadas al suelo. Noto algo a mi espalda y un aliento cálido que susurra mi nombre. Voy a girarme, pero entonces…
Despierto. Estoy tumbada en un sofá viejo que sé que no es mío. Quiero levantarme de aquí, pero no puedo. Mi cuerpo no responde, es como si aún estando mi mente despierta, mi cuerpo durmiera todavía. Intento identificar el lugar en el que estoy. Por la ventana solo veo el reflejo de una luna llena que, en mi mente, se ríe. Y lo sé. Estoy en la casa de antes, sola, sin saber cómo he llegado hasta aquí. Siento que algo se mueve tras de mí, pero sigo sin poder levantarme. Un cálido susurro me nombra. Estoy a punto de conseguir moverme, pero entonces…
Despierto. Estoy en mi cama, pero algo me dice que no es mi cama. Este cuarto no es el mío. Me levanto y me dirijo a la puerta, pero está cerrada. En la ventana abierta ondean unas cortinas rojas que nunca he colocado azotadas por el viento. Me asomo y observo el paisaje. Una carretera oscura, un coche empotrado contra un árbol y la luna, redonda, cómplice del juego. Comienzo a respirar cada vez más deprisa. Sigo en la casa, condenada a no salir de aquí jamás. Doy un paso atrás sin ser capaz siquiera de cerrar la ventana y siento cómo alguien gira el pomo de la puerta. Está aquí, conmigo. Vuelvo a notar su cálido aliento en mi nuca y percibo el frío metal de un cuchillo a mi espalda. Escucho cómo susurra mi nombre e intento gritar, pero entonces…
Despierto. Mi corazón palpita con fuerza, mi respiración sigue agitada. Miro a mi alrededor, sin ser capaz de moverme. La ventana está cerrada y la persiana bajada, tal y como la dejé. Me levanto con cautela y me acerco a la puerta. Se abre. Suelto el aliento que, sin darme cuenta, contenía. Me doy la vuelta, dispuesta a dormir. Entonces, lo veo. Una sombra, recortada a través de una ventana abierta por la que se ve la luna llena, y rojas cortinas que ondean a causa del gélido viento… Viene hacia mí y yo no puedo ni quiero moverme. Sé que esta vez no hay salida, sé que esta vez no despertaré. Cierro los ojos cuando noto hundirse en mí la hoja del cuchillo, pero entonces…