Espiral iniciática.
Los pies de Clara revuelven las sábanas de invierno, desprendiendo el olor a sudor y suavizante
impregnado en ellas. Sus ojos cerrados vibran mientras intenta sin resultado, salir del
subconsciente.
Sola, en la plaza principal de algún lugar nevado, un estallido repentino hacía volar miles de
pequeños cristales, que con fuerza, se incrustaban por todo su cuerpo.
Busca ayuda, mientras extirpa el vidrio de los brazos y tobillos con sus propias uñas. Duele.
Sangra, aunque la distrae el hecho de verse caminando por encima de ellos, descalza,
intentando disimular su dolor.
Cientos de personas recrean un timelapse alrededor de sus piernas que intentan avanzar al
tiempo que se mimetizan con el asfalto vidriado. Quiere gritar, pero sigue fingiendo
normalidad ante los ojos escrutadores de los viandantes.
Sus pestañas aletean sobre la almohada húmeda de saliva y lágrimas. La vejiga contraída,
soporta el horror que amenaza con salir en cualquier momento.
Mientras, escupe parte de esos cristales que regurgita desde sus cuerdas vocales. La lengua,
aplastada contra su paladar al notar de nuevo la cantidad suficiente de trocitos traslúcidos y
afilados, para llenar sus carrillos, que se reproducen cada vez que se vacía de ellos.
En el lecho, las manos aprietan sus sienes en una súplica corpórea de conectar con la realidad.
Los pies van pintando una huella rojiza a su paso por las calles abarrotadas de Zúrich. Ya casi
no puede andar pero sabe que rendirse ahora es perecer.
El humo denso de gasolina quemada con olor a aire supone otro obstáculo en la búsqueda de
su salvación. Atiborran sus pulmones hasta acelerar la sutil respiración que le queda.
Impotente y llena de rabia, por fin, si entrecierra los ojos, puede avistar su portal.
Sobre el colchón, una pierna asoma por encima de las mantas. En la espalda resentida, se
pinzan con alevosía los nervios que llevan a sus extremidades. El cuerpo de Clara sometido al
sopor no se atreve ya a contraerse.
A diez metros, tres escalones de mármol, grisáceos por el uso, la separan del hogar.
La frágil e indestructible Clara, resopla al ver una cara conocida buscando angustiada en
ninguna parte. Aprieta con fuerza los puños y esto le insufla las fuerzas necesarias para obviar
el dolor que le supone dar los últimos pasos. Su esperanza pasa de largo.
El pijama, tirante, conspira para hacerla volver a la realidad. Con dificultad intenta abrir sus
ojos pegados por el humor que desprendieron durante horas.
Sentada al borde de la cama busca contacto desnudo con el suelo. Logra ponerse en pie,
mareada todavía. Anda torpemente por la casa, a la vez que frota sus ojos con una fuerza
desproporcionada y acomoda su ropa. Ya, en la cocina, bebe agua confusa. Todo ha sido tan
real. Un escalofrío recorre su nuca.
Al soltar el vaso con descuido, la esquina de la encimera lo hacía saltar en mil pedazos.
Clara despierta.