Al sargento Tobías Gaiese se le habían acabado todas las chances. El equipo de buzos le devolvía miradas de desconfianza. El líder de la brigada se acercó hasta él, su traje apestaba a rio y resignación.
-Volveremos mañana- dijo mientras golpeaba cortésmente su hombro.
La antigua dársena servía de techo a muchos indigentes. Alguien tendría que haber visto algo. Alguien tendría que haber visto lo que él vio. Buscó murmullos entre los galpones, indicios de vida clandestina. Acercándose al muelle 23 escuchó un crepitar de leña húmeda. Una familia cocinaba pescados en un barril. Las pirañas de vientre rojo eran fáciles de capturar cerca de la costa y su poca carne serviría para una cena.
La sombra del policía se proyecto al interior del galpón. El joven que encaraba el papel de jefe de familia se acercó a Tobías con una barra de hierro. Su abuela y su hermana se hicieron pequeñas detrás del barril. El sargento alzo sus manos en signo de entrega.
-No quiero molestarlos, solo serán unas preguntas
Les mostró la imagen del último hombre. La hermana menor intentó responder pero fue interrumpida por su abuela. Le pidieron que se vaya, pero él había recibido demasiadas negativas ese día.
-Lo vieron caerse el rio la última noche.
La anciana estaba recostada sobre unos sacos de granos. No le dirigía la palabra y lo miraba con inquina.
-Era un amigo nuestro, él y su esposa vivían aquí-Explicó el joven
-Fue un suicidio
-Fue a buscar a su esposa-Dijo la abuela
El nieto lo empujo hasta la salida. El sargento, no quiso contrariarlo y obedeció a la presión que este le imponía. Se sentía ridículo, inútil. No encontraría a nadie que pudiera aportar nada para reavivar el caso. Y mientras tanto el rio se llenaba de suicidas o supuestos suicidas. Se paró un momento al costado del barranco. Recordó sus hipótesis iniciales, las que envolvían una trama de asesinatos seriales. Todo aquello se acababa de derrumbar la noche anterior. Las circunstancias lo habían ubicado como testigo del hecho fatal. Un hombre obsesionado e insomne se había arrojado al rio por no poder lidiar con la muerte de su mujer. Quizás la imitación de ese hecho lo acercaría a ella.
Un breve chapoteo llegó hasta sus oídos interrumpiendo su ciclo reflexivo. Burbujas gruesas y grasientas se abrían en la superficie. Después de todo si podría salvar a alguien ese día. Una mano trepaba por el pilar del muelle. El oficial se deshizo de su saco y se arrojo con los brazos abiertos. Era él, si era él. El suicida de la noche anterior lo miraba de frente. Eran ojos rotos, apenas podían mostrar el inmenso dolor. El sargento hizo fuerza para llevarlo nuevamente al muelle. Lo estaba logrando. Pero el otro cuerpo volvió a sumergirse con una fuerza arrolladora. Tobías Gaiese se quedo flotando en soledad. Se preguntaba si realmente lo había tocado. Pero dejaría de hacer preguntas cuando la mano del rio apretó su talón y lo hizo suyo.