Las 02:13 y aún no había logrado escribir ni una puñetera línea. “¿Dónde estaba la maldita inspiración cuándo más se la necesitaba? Se preguntó” Hace cinco, no, mentira; hace seis años ya que no consigo ni un puto tercer puesto” se lamentó el joven. Y eso le afectaba más de lo que quería. Lejos quedaba ya su época dorada, cuando incluso había osado cansarse de ganar.
Eran cerca de las dos y media de la madrugada cuando decidió salir a dar un paseo. Necesitaba más que nunca la oscuridad, el frio, el silencio aderezado con el canto de los grillos y la adrenalina de los peligros que entrañaba la noche.
A cinco minutos de finalizarse el plazo, Jaime envió su relato. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan orgulloso de una obra. El paseo nocturno le había ido de perlas, y se lamentaba de no haberlo descubierto antes. Al poco de salir por la puerta, Jaime ya notó como la inspiración le bombardeaba, creciendo dentro de si la necesidad de dejar por escrito todo lo que la inspiración le decía. Ahora ya solo quedaba esperar.
A las dos semanas, Jaime recibió un correo bajo el asunto “Concurso relatos Ramón Peláez”. No recordaba exactamente el relato con el que había participado en aquel concurso, pues gracias a sus caminatas nocturnas el número de relatos escritos no paraba de augmentar, rozando ya la veintena. “Estimado señor Gómez, le queremos felicitar por haber quedado en primera posi…” No acabó la frase que ya estaba saltando de alegría por su estudio. Ganar era para él oxígeno, y hacía demasiado tiempo que vivía asfixiado. Y todo gracias a los paseos nocturnos. Cuando se tranquilizó, siguió leyendo el correo donde además le invitaban a la ceremonia donde le entregarían el premio ese mismo día, en Madrid. En menos de cinco horas, Jaime estaba buscando entre las laberínticas calles del Barrio de las Letras el local donde le otorgarían su preciado premio.
Aquella ceremonia fue uno de los mejores momentos en mucho tiempo de la vida de Jaime. Fue una bastante estándar, como las recordaba, aunque le gustó que el presidente del jurado dedicara unas palabras a elogiar su relato. Que si la fluidez del texto, que si la habilidosa capacidad para describir actos tan horrendos o el acurado léxico. Cuando subió al escenario, Jaime no pudo contener las lágrimas.
“Si, si mamá. Tranquila, que no me va a pasar nada”. Durante cinco minutos Jaime estuvo escuchando los elogios de su madre. Ya era tarde, y le había pillado justo cuando iba a realizar su habitual paseo nocturno. Su madre, que la consideraba un ser superior, ya le había mostrado su negativa ante esos paseos. Veintitrés personas en poco más de un mes habían desaparecido en su ciudad, aunque Jaime no tenia miedo en absoluto. Abrió la puerta y la cerró enseguida. “Casi me olvido” pensó. Cogió el cuchillo y cerró la puerta. “Hora de conseguir inspiración” se dijo en su cabeza. No pudo evitar reír.