Sonidos metálicos entrechocan en la cocina.
Me incorporo despacio y camino entre tinieblas a la puerta. Enciendo la luz y giro el pomo. La oscuridad del pasillo es tan densa que se traga el destello de la luz de mi cuarto; no veo más allá de un par de pasos por delante del umbral.
La cocina calla.
Respiro. Huele a huevos podridos.
Respira también algo más allá del pasillo.
Me huele. Lo siento aproximarse.
Pum
PUM PUM
PUM PUM
PUM PUM PUM
Cierro la puerta y abro los ojos. Despierto.
Enciendo la luz desde la cama y descubro el retrato familiar que en la pared proclama que estoy sola. Al morir mi abuelo, mi abuela se rindió al pasado; su cabeza devoró la poca cordura que pudiera quedarle a alguien de sus experiencias. A menudo pienso en cómo mi madre saltó hacia ella la noche en que la sorprendió con el cuchillo de sierra que guardábamos en el primer cajón de la cocina. Yo dormía cuando su sangre goteó en mi cara imponiéndome su peor recuerdo; ella. Erguida a mi lado en la penumbra, mutilada. Maldiciendo en lenguas extrañas.
Mi madre marchó años después.
Ya no queda nadie.
Durante el día deambulo por el cansancio de otra noche sin dormir, y al ponerse el sol se me antoja ese burbujeo hipnótico de la bombona de oxígeno que custodiaba el pasillo, y revelaba que al otro extremo de sus cables mi abuela se mantenía aún acostada y siendo buena.
Luces fuera. Duermo.
La cocina chilla.
No sé cuánto tiempo ha pasado pero los cazos y las sartenes se revuelven mientras los cajones golpean su fondo.
Abro los ojos. Cojo aire y lo mantengo mientras me dirijo a la puerta.
No enciendo la luz por miedo a que me encuentre.
La cocina calla.
Giro el pomo.
Huele a huevos podridos.
Salgo al pasillo.
Algo olfatea al fondo.
Enciendo la luz.
Una silueta se adivina rígida en el salón. Lóbrega. Junto a la cocina.
La luz tiembla.
Se apaga.
Pum PUM
PUM PUM PUM
PUM PUM PUM PUM
Huyo a mi cuarto y arrojo tras de mí la puerta. Por la negrura que me engulle no distingo contra qué rebota. La retengo. Empujo mientras un quejido gruñe al otro lado, es ronco, tibio, apesta.
Me lanzo con terror en un último intento por quedar a salvo.
Consigo cerrar la puerta y el pasillo se ilumina.
Todo queda silente.
Abro los ojos.
Despierto.
Doy la luz y corro desesperada hacia el pasillo para asegurarme de que estoy sola, de que no hay nada más aquí conmigo. Inspiro.
Asomada desde mi dormitorio siento cómo descansa mi casa. Nada hay al fondo del salón. Exhalo.
Retrocedo hacia dentro, cierro, y apoyo mi frente, ya calmada, en la madera.
Pero huele a huevos podridos.
Algo me empuja.
La luz estalla.
Me olfatea.
Lloriqueo.
Un gruñido ronco me lame la nuca.
No puedo moverme.
Me prueba.
Suplico.
-¿Abuela?
- Nunca lo fui Niña. Ahora, cierra los ojos.