El Solitario llegaba para predecir el futuro de un niño cada vez que caía la oscuridad sin estrellas.
Las gentes de Nargúlaz marchaban hacia las afueras del pueblo sin mediar palabra hasta desaparecer en las entrañas de los bosques circundantes.
El pequeño Gálem, dispuesto en el centro de la localidad, constituía la intersección entre dos columnas humanas que discurrían en cuatro direcciones distintas. Todos se habían despedido de él y le habían deseado un destino lejano y uno próximo provechosos, y ahora lo abandonaban a su merced, a la espera. El aliento se le congelaba a escasos centímetros de los labios cuando el atardecer se extinguió.
Los edificios se convirtieron en siluetas irreconocibles; asomó una luna rutilante desde el Este. No había estrellas en el cielo. Gálem tiritaba, y sus dientes crujían y sus pensamientos retumbaban, y las historias que tantos le habían contado sobre aquella noche lo dejaron paralizado mientras el tiempo avanzaba inagotable.
El primer indicio fueron golpes rítmicos, duros, cuyo eco se dispersaba en el vacío. El niño estiró el cuello hacia su procedencia, pero no se movió de donde estaba. Pronto, los golpes dieron paso a aquello que los originaba: el bastón en el que se apoyaba el Solitario, surgido de las tinieblas; una figura negra y corpulenta de ojos rojos cubierta por una capa y coronada por tres cuernos.
Gálem le dio la bienvenida y el Solitario reclamó sus manos; las tomó entre dos zarpas peludas y lamió la piel tierna. Habló con voz cavernosa:
- Gozarás de fama y respeto, y junto a ti morará tu alma gemela. Este es tu destino lejano.
El niño se sintió sumamente aliviado. Pero el demonio no había terminado de hablar.
- Respira esa felicidad mientras puedas -gruñó-. Porque tu destino próximo, Gálem, es la muerte.
Había perplejidad en los ojos del niño. Mientras sus sentidos se adormecían, su garganta fue sesgada; su cuerpo, arrastrado, y la sangre que brotaba de la herida trazó un rastro que se sumergía en las profundidades agrestes.
El hombre interrumpió el relato. Su mirada se perdió entre las llamas que se enroscaban bajo la chimenea.
- ¿Y qué fue de él? -preguntó el chico-. ¿Qué fue de Gálem; de su fama y su alma gemela?
Los ojos del hombre fueron de la hoguera a la ventana. Afuera, la noche sin estrellas ocultaba un terror asesino.
- Su alma gemela es el mismo ser que lo arrastró al infierno -frunció el ceño-. El Solitario. Tú los conoces por otro nombre, pues no volvieron a ser los mismos. La noche en la que ese demonio encontró a un compañero fue la última vez que nos visitó para obsequiarnos con sus predicciones. No puede decirse lo mismo de Gálem. Desafortunadamente.
El chico abrió los ojos con estupefacción al comprender.
- ¿Gálem es…?
No muy lejos de ahí, enfrascado con la última adquisición para su legión de víctimas, el Niño Carnicero confeccionaba los gritos de dolor más atroces que las gentes de Nargúlaz habían escuchado jamás.