En bucle”
A Nicolás no le gustaban las tormentas; se encontraba acurrucado en su cama con la mirada fija en la ventana de enfrente. El resplandor de cada relámpago vencía la oscuridad de la habitación y la inundaba de luz por un instante, y podía observar el agua de la lluvia golpear con fuerza el cristal. Luego volvía la oscuridad y el rugido atronador de un trueno.
Pero en uno de esos momentos de pausa, escuchó algo más que el golpeteo de las gotas de agua en la ventana. Pudo oír claramente que algo raspaba el cristal.
“Alguna rama debe haber golpeado la ventana” se dijo a sí mismo intentando mantener la calma ante unos primeros atisbos de pánico. Se armó de valor, se levantó de la cama y avanzó hasta la ventana. Entonces el destello de un nuevo relámpago dejó claro a la vista cuatro nítidos surcos paralelos…algo había arañado el cristal. Volvió la oscuridad, y justo cuando iba a darse la vuelta para volver al refugio de su cama, algo golpeó el cristal desde la oscuridad exterior.
Gritó con toda su alma…Entonces la puerta de la habitación se abrió y emergió salvadora la figura de su padre. Nicolás estaba en la cama, incorporado. Blanco como el mármol y con sudor frío en su frente.
- ¿Otra pesadilla, hijo? -preguntó su padre sentándose en el borde de la cama.
-Había algo en la ventana- dijo con voz temblorosa Nicolás-. Arañó el cristal y luego…lo golpeó…
El hombre se levantó y se acercó a la ventana. Con un gesto indicó a Nicolás que se acercara, así que éste se levantó y cruzó la habitación hasta situarse frente a la misma. Su padre se situó tras él, poniendo sus manos sobre sus hombros. No había lluvia. No había relámpagos. No había raspones en el cristal.
- ¿Ves pequeño?, todo está bien…
Nicolás miró el exterior y efectivamente todo era normal. Por la calle solo deambulaba una persona con dos bolsas de basura camino a los contenedores. Le era familiar. Al pasar bajo el haz de luz de una de las farolas pudo reconocerlo, y un escalofrío recorrió por completo su columna. Era su padre…
Miró las manos apoyadas en sus hombros…eran unos dedos largos, huesudos, de piel blanquecina, que desembocaban en unas largas uñas de color negruzco. Cerró los ojos deseando que aquello fuese una nueva pesadilla, que aún no había despertado de verdad.
Pero aquella baba que habían derramado sobre su hombro era tan cálida…tan real…