El viernes pasado mi jefe me invitó a cenar. El muy gilipollas creyó que con invitarme a cenar en
Lamucca iba a conseguir bajarme las bragas. La verdad es que fui un poco ingenua al pensar que
se trataba de una simple cena de empresa. A parte de la estupenda comida, él se llevó una hostia
por baboso, y yo la nota que reproduzco a continuación: la encontré cuando buscaba bajo la mesa
algún lugar donde pegar el chicle.
Hasta el momento de mi muerte podría decir que fui detective privado. Hace unos meses me contrató la
familia de una joven que tras ganar el concurso de relatos de terror organizado por Lamucca, fue invitada a
cenar en este restaurante y nunca volvió a casa. Al parecer su cena se alargó hasta coincidir con una fiesta
privada, de la que salieron en su momento hasta una treintena de taxis. Algunos de ellos con destino al
aeropuerto, donde esa noche partieron algunos vuelos privados que me fue imposible rastrear. Ningún
taxista recordaba nada extraño por lo que la policía concluyó que se trataba de una desaparición
voluntaria. Yo no acabo de creérmelo, por eso he preparado un relato, que como esperaba, resultó
ganador. Me han invitado a cenar y con la excusa de que el dueño quería charlar conmigo me han
mantenido aquí hasta la hora del cierre: tiempo suficiente para esconder la grabadora, pero también para
que actuase la droga que han puesto en mi cena. El tipo era todo un personaje: después de alabar el
sadismo con el que había aderezado mi relato, cambió radicalmente el cariz de la conversación.
―Sabemos quien eres, y lo que estás buscando aquí, tus preguntas no quedarán sin respuesta, pero
antes nos gustaría saber cual es tu versión de lo ocurrido.
Yo le dije que probablemente habían drogado a la chica y se la habían llevado en alguno de esos aviones
privados.
―Si, en todos ellos, ―me dijo con una sonrisa― en cada uno un pedacito: porque la joven no salió de aquí
viva. Lo mismo va a ocurrir contigo. Empezaremos por escenificar tu relato, tú serás el protagonista: ya
sabes como va: tú lo escribiste. Primero te atravesaremos la garganta con un punzón de hielo para que no
puedas gritar, luego te iremos arrancando las uñas con unas pinzas para marisco, lo que no vamos a hacer
es quemarte con el flambeador porque estropearíamos el banquete que viene a continuación. Ya están
llegando los comensales, amigo mío y tú serás el plato principal.
Exageré los efectos del relajante muscular que me habían administrado y, con la excusa de que al no
controlar los esfínteres les llenaría de mierda todo el restaurante, conseguí que me dejaran solo en el baño
para escribir esta nota. La has encontrado y deberías entregarla a la policía. Gracias.
Gracias a tí, amigo detective. Señores de Lamucca, esto no es un relato, tengo la grabación, y
como habrán imaginado, acabo de perder mi empleo: estoy dispuesta a negociar.