Al despertar volvió a sentir de nuevo el tibio toque de la sangre en las mejillas. El pómulo
izquierdo se había secado casi completamente y formaba ahora una costra desagradable. En el
derecho sin embargo seguía sintiendo el rubor del líquido caliente y pegajoso. Las cortinas se
movían al ritmo lento y frío de la brisa y la ventana asomaba hacia el horizonte oscurecido. Era
demasiado alta y no tenía asideros. El movimiento de la cortina le rozaba la cabeza dolorida. Un
movimiento terco y acompasado con el tic tac del gran reloj de la sala inferior. Estaba solo con él,
con aquel sonido, con el silencio, con el graznido lejano de algún cuervo.
Recordaba ahora las palabras que lo habían empujado a aquel abismo, las noches de
insomnio perturbándolo en su cama, los días oscuros y los pensamientos constantes y obsesivos...
y recordaba llegar allí. Recordaba aquellos sacramentos que le habían ofrecido y como los había
rechazado, como ahora limpiaba su sangre en aquella oscuridad, donde tanto los días como las
noches se habían ido haciendo una misma masa sólida y maciza que ahora lo perseguía por los
corredores y las alcobas vacías. Le habían advertido de lo que le aguardaba, el peligro que corría.
Le hablaron del sino que pendía sobre aquel linaje antiguo y orgulloso, como hundía sus raíces en
aquella misma tierra que ahora pisaba y de la que sin saberlo era él mismo retoño y víctima.
Sentía que el destino lo había empujado allí, como una fuerza misteriosa. No lo sabía pero ya
nadie olvidaba lo que había hecho su ancestro aquel día tan lejano, aquel día de canícula cuando
las camisas se pegaban a los cuerpos. Y nadie olvidaba que él mismo llevaba aquella marca
dibujada sobre el pómulo derecho, aquel hierro cainita encharcado en sudor y sangre.
Había perdido el sentido del tiempo hacía mucho (los días se hicieron oscuros y las
cerraduras eran fuertes) pero calculó que fueron varias horas durante las cuales había logrado
mantener la primera planta bastante intacta, sentía movimientos a su alrededor pero aún se
sentía fuerte. Sin embargo, unas horas más, que pudieron ser días enteros, y se halló de nuevo en
la segunda planta. Logró resistir de forma bastante digna durante un tiempo, pero a partir de lo
que pareció ser el mediodía sus fuerzas se habían derrumbado, sangraba mucho y las heridas no
parecían sanar. Había logrado atrancar la última puerta y ahora escuchaba el golpe terco y
mecánico que llegaba desde la planta baja de cada segundo que pasaba. Cada tic tac, cada pesadilla,
cada tic tac, cada punzada terrible y profunda en el pómulo. Pensaba obsesivamente. Tic. Quería
huir. Saltaría por la ventana y quizá al día siguiente encontrarían un cuerpo desfigurado. Tac. O
quizá el tejado serviría. Tic. O quizá la muerte al final no fuese tan terrible. Se dio cuenta
entonces. Deseaba la muerte. Y entonces en la puerta sonó un golpe seco.