-Despierta.
La cortina se balancea pese a que el gran ventanal de mi dormitorio está cerrado. Como si
un dedo largo y huesudo la recorriese desde atrás. Mis ojos tratan de ver algo, de atravesar
la tela blanca, sin éxito. Empieza a descorrerse lentamente por su parte central y yo salto de
la cama o, al menos, esa es la orden que el cerebro de mi yo de seis años transmite a mis
piernas. Pero permanezco inmóvil hasta que veo una oscura figura asomar por la abertura,
sólo entonces logró saltar de la cama. Quiero llegar a la habitación de mis padres, pero la
sombra me alcanza...
Mi madre me encuentra en la puerta, gritando y con la manga del pijama enganchada al
pomo. “Despierta”, me dice entonces. Lo mismo que ahora repite la oscura figura que me
invita a seguirla entregándome el cuchillo más afilado de la cocina.