Esta historia está inspirada en hechos reales ocurridos el año 2000.
Los nombres han sido cambiados.
Era su turno: “Candy Rivas”. Era ella. Ricky, como le decía, le dio una palmadita afectuosa
en el hombro y Patty le tomó de la mano con una sonrisa suave y afirmativa. “Gracias,
papá; gracias, mamá”, dijo por primera vez y los ojos de la mujer brillaron con lágrimas de
felicidad.
Mientras caminaba a la puerta 304, el consultorio de la psicoanalista, conocida por ser
acérrima seguidora de Freud y Lacan, su corazón latía de prisa, con miedo y curiosidad,
como si fuera a descubrir lo que hay detrás de una puerta prohibida. “Hipnotismo”, repitió
sin que saliera sonido de su garganta. Sus padres estaban atrás, aun temerosos por la
restricción que imposibilitaba su presencia en el consultorio.
—¿Hay posibilidad de que me quede en el limbo? —preguntó la niña mientras se
acomodaba en el diván, el cual no se diferenciaba de las paredes que irradiaban extrema
blancura. Solo el escritorio pétreo y la silla de la entrevista donde contó su razón de la cita
contrastaban con el ambiente.
—¿El limbo? —rio la mujer de guardapolvo blanco. —Niña, no todas las cosas que se ven
o escuchan son reales —dijo adoptando un tono de seriedad. Sus eran gestos suaves, pero
las comisuras de sus ojos y los surcos cercanos a su boca se hundían profundamente,
dándole por momentos un aspecto siniestro.
—Me va a hipnotizar, ¿verdad?
—No. Solamente voy a hacerte recordar. Me dices que quieres conocer a tus padres
biológicos. Tus otros padres han buscado el paradero de cualquiera de ellos sin éxito. Solo
queda tu memoria. Tengo que hacerte recordar.
La niña calló, cerró los ojos al pedido de la doctora y sintió que la cubría con una manta.
—Te voy a cubrir con una manta rosa, luego con una roja. Esto representará el vientre de
tu madre biológica. ¿De acuerdo?
La niña asintió sin abrir los ojos. El sueño vino a continuación, poco a poco experimentó
esa sensación de amparo en el artificioso ambiente materno. Logró escuchar
conversaciones, llantos, desesperanza y preocupación. Logró sentir todo lo que el
organismo que la contenía sentía. Pronto habló. No estaba segura de si era ella quien
hablaba o solo era un lejano pensamiento, pero sentía la vibración de su voz.
—¿En serio lo quieres?
—Sí —contestó la niña sintiéndose abrazada.
Sin embargo, una sensación de tristeza le hizo sentir que todo era inútil. En seguida, un
impulso la hizo despertar y volver en sí. El aire le faltaba. Se ahogaba entre el calor y la
oscuridad que le proporcionaban las mantas.
—¿Quieres morir? —dijo la doctora ejerciendo presión con las mantas.
Un gritó horrendo salió de la niña de tan solo doce años, pero los padres que aguardaban
en la sala de espera no pudieron sentir nada, acaso solo un presentimiento que enfrió sus
corazones.
—¿Quieres morir? De acuerdo, muere. —Dijo la doctora, asumiendo un porte de dolorosa
resistencia.