Una tarde de recreo frente a una mesa de villar, jugaba sin corazón, la más oscura maldad de aquel que emblanquecio a base de Sexo duro, a la bola en que se centraba la partida final, ahogando toda posibilidad de futuro por las corridas que le había embestido.
Bajo palos corría, a palos las metía, que hasta el palo se hacía añicos, astilla ndolo a golpes que se clavaban en el corazón de todo el que apostaba al desenlace final.
El blanco de la bola deslumbraba de esquina en esquina, sin caer por el precipicio que le daría por perdida la partida.
Se colo la roja, se colo la amarilla, a falta de la azul del cielo y la verde esperanza.
Hasta el tapete por el que rodaban salía dañado de tanto darle a los 4 agujeros del apocalipsis, y con el todo el que apostaba por verla desaparecer de campo de batalla.
Más el taco final fue tan sublime que la mano que mece la cuna de quien fue su enamorada, rompiera en dos y ya por siempre jamas la luz no se a pagaría para aquella bola de villar.