Con sus ojos azules de luz led me miraba entre entusiasmada y resentida. Sentía escalofríos al verla de vuelta a la vida hecha una muñeca de látex y silicona, dama de la noche que había ordenado a imagen y semejanza de mi esposa Sonia. Ahora ella debe saber lo que significaba para mí. Hice esto para evitar ser un psicópata de los que refrigeran mujeres después que mueren, o la disecan para colocarla en algún lugar secreto de la casa por años; vivo tiempos modernos que ofrecen compañía en vez de necro locura. Una soledad vampirezca me perturbaba. A los pocos días de su deceso aún la corona de flores posaba en el mismo lugar. Aunque amaba a Sonia, no le merecía. La compañía trajo la muñeca pasada la media noche.
La desembalajo y la toco, me eriza al sentir el calor de su piel, acerco la cara y siento el aliento enrarecido de su boca; siento erección de inmediato, Ufff un trabajo bien hecho por la empresa Fancy doll. La tomé para trasladarla a la habitación y emitió un quejido orgásmico. Después de leer el manual me di cuenta que vino con la aplicación hipersensorial del afecto. Sin más, la llevo para la cama. La contemplo por un lapso indeterminado de segundos, veo que ejecuta movimientos sensuales capaces de excitar a Lucifer. Era Sonia, pero al nivel que siempre me habría gustado que fuera. Me dirigí al refrigerador por una cerveza. Al volver a la habitación encontré la bombilla apagada. La encendí. No la vi en la cama, tampoco al rededor. Aunque pensé en sus programaciones especiales me llegó a la mente una posesión. Avancé, empujé la puerta del baño como lo hubiera hecho un fantasma y las bisagras chirriaron advirtiéndome lo peor: “pero me la vas a poner difícil también eh, como la otra”. Sentada en el retrete la encontré. La cargué y la tiré con brusquedad en la cama, empecé a bajarme los pantalones y al mismo tiempo le daba de bófetas por todas partes, tal como lo hacía con Sonia en vida cuando no quería complacerme, entonces, le rompí la blusa y la desnudé a la fuerza, probaba que tan eficiente era su disposición sexual. Le separé las piernas y se apagó de nuevo la bombilla, con extrañeza, seguí en lo mío en medio de la oscuridad. Aunque le había visto uñas, sentía garras que me rosaban la espalda al abrazarme, la besé y engulló mi lengua; sus aplicaciones computarizadas me provocaron cocomordán, Ufff viré los ojos, era perfecta; me sujetó las piernas con las de ellas, ya no podía zafarme y me enterró las garras descuartizando mi espalda, al mismo tiempo algo filoso cortaba mi pene, no podía gritar porque tragaba mi lengua, el olor a sangre era aberrante; sus ojos de luces encendieron hasta segarme. No había duda era ella en nueva versión. Jadeos diabólicos recordé para contarlo antes que mi cerebro dejara de enviar órdenes de defensa.