Lentamente, abrió los ojos. Una densidad más profunda que la mismísima oscuridad se había apoderado de ellos. No tenía rival aquella masa inquebrantable, no había manera de atravesarla. Ni la respiración más acelerada, ni el alarido más angustiante, iban a devolverle la inocencia infantil que le estaba siendo arrebatada. Tampoco la madurez de los primeros pasos o la seriedad de aquellos años, el crecimiento inminente y, por supuesto, la sensación de habitar el espacio. Y la soledad se hizo fuego, y la tristeza se hizo agua. Murieron las calladas esperanzas. Murió la música, la danza, el arte. Murió la risa, el llanto y la pasión irrefrenables. Murió, simplemente. Murió todo. Y lo demás volvió a ser como antes.
Risas, lágrimas, placeres, dolores,
siguieron sucediéndose.
Tierra, agua, luz y aire.
Todo continuó su ciclo eternamente.
...
Poco temor hay más fuerte
que el del olvido del mundo
Cuando uno ya no existe.
...
La muerte.
Su carácter inevitable
Y su terrible castigo.