Puse los ojos en blanco mientras paladeaba el sabor y me tomé mi tiempo. No demasiado.
- Delicioso, sí... -aprobé el caldo- ¡Espere, no me lo diga! Por el color tan intenso, y por el gusto fresco... Y por ese olor característico... Yo diría que es una copa de..., sí: ¡una copa de niño de tres años, caucasiano, de origen norteamericano, con no más de seis meses de antigüedad desde su sacrificio!
El maître de 'El colmo del colmillo', restaurante de moda entre las criaturas nocturnas y los bastardos del diablo en París, me miró con ojos muy abiertos. Parecía razonablemente asombrado y un tanto envidioso.
- Es impresionante, monsieur Ariel... Ésta es la sexta copa de sangre diferente que le sirvo y ha sido usted capaz de diferenciar, una por una, la procedencia de todas ellas...
- Llevo muchos siglos en esto, amigo mío -me encogí de hombros, sonriendo con falsa modestia.
Yo, condenado parásito.