-¡Mesero, mesero! ¡He encontrado un pelo en mi plato y exijo lo cambien de in-me-dia-to!-, gritó Carolina con su chillona y molesta voz, de manera que todos los comensales a nuestro alrededor pudiesen oírla.
Particularmente, me molesta que haga tanto alboroto por un detalle así. Pues en un restaurante tan visitado como el Lamucca, seguramente en algún momento existirá un descuido en el que un inofensivo cabello puede caer en el plato.
Aunque también comprendía (en menor proporción) la molestia de mi esposa, pues era evidente que el cabello no le pertenecía, su brillante y liso cabello pelirrojo, no se parecía en nada al aparecido en su platillo.
-Enseguida lo cambiaremos, señora- respondió el camarero, quien segundos antes se había acercado presuroso y apenado al escuchar a mi cónyuge.
Un silencio se apoderó de nuestra mesa, ella no respondió y se limitó a lanzarle un gesto de reprobación al mesero. El cuál no prestó atención a esto y se dirigió a la cocina. Yo, agité mi copa, para después beber un poco de mi Merlot.
Y después del incómodo momento patrocinado por mi mujer, también decidí callar y me dispuse a disfrutar del neoyorkino ambiente que me proporcionaba ese agradable lugar, siempre me ha gustado su tenue iluminación. Y fue de ese silencio que nació mi reflexión: Qué suerte la de aquel mesero que solo tiene que soportar el humor de mi mujer por unas horas, yo la debo aguantar todos los días. En ocasiones quisiera matarla.
Porque cuando ella grita, se enfada y no entiende de razones, es insoportable. Y entonces tú sólo quieres callarla: con una bofetada, con una cuchillada y otra y otra. Sin embargo, nunca me he atrevido a tocarla. Es mi mujer y debo soportarla. Pero este amable hombre que sólo vive para servir ¿Debe tolerarla?.
Aún me encontraba pensando, con la vista perdida en una lámpara de aquel lugar, cuando Carolina se levantó furiosa de su asiento y gritó que se iría a quejar directamente a la cocina por la tardanza de su comida.
Pobres cocineros, pensé.
Pasados casi 40 minutos, Carolina no regresó. No le di importancia al detalle porque me había librado de sus quejas por un tiempo considerable. De repente, vi aproximarse a nuestro afable mesero quien llegaba con dos platos que colocó en la mesa para después decir:
-Señor, mis más sinceras disculpas por la tardanza pero esta sopa Mediterránea es difícil de preparar, lleva un ingrediente especial que se demora en conseguir y si me permite decir, que su esposa no supo apreciar. Aun así, como cortesía del restaurante le hemos traído un plato también a usted, esperamos lo disfrute.
-Gracias, me limité a decir con cálida voz.
Nuestro camarero se retiró, yo me dispuse a probar del regalo culinario. Tomé la cuchara y cuando la sumergí lentamente en el caldo, encontré un inusual hilo rojo en mi sopa.
Sonreí, estaba deliciosa.