Creo que soy lo suficientemente triste como para dar miedo. Quizá esta no sea la
historia que haga encoger tus músculos, apretar la mandíbula o esperar el éxtasis
final del pánico. No habrá ningún sobresalto que condicione tu última imagen
mental antes de dormir, ni sucesos paranormales que perturben tu claridad
mental. Mi vida esta hecha de una realidad aplastante. Aunque el pasado martes,
por fin rompí con la rutina; me suicidé.
Trabajaba como carnicero. Era uno de esos negocios familiares que heredas y
trabajas por tradición más que por pasión. Mis dos hermanos y yo fuimos los
sucesores. Mi padre había muerto y mi madre se quedo atrapada en aquel día.
Yo era el mayor de los tres, aunque nunca estuve a la altura de la
responsabilidad que tuve, y sin duda, mi condición de seguir siendo el mayor, no
me salvaría de mi propia vida, de la que sí procuré hacerme responsable.
Lo cotidiano es como una cadena de montaje. Si falla algo, puede ser un
desacierto o convertirse en un error acertado. En mi caso, fue lo segundo. No
había placer en ningún vicio, fumaba los pitillos por costumbre, todo en mi vida
tenia fecha hora y caducidad.
Tenia familia, dos niños inmersos en la pubertad que por vergüenza, ni siquiera
te daban un beso al llegar a casa. De todas maneras, tampoco se merecían un
padre tan capullo. Mi mujer no era solo una y con la que me casé, me odiaba.
Resulta increíble darse cuenta de que lo más apasionante de toda tu vida sea tu
muerte.
Todo empezó a ir bien el día que maté un animal que ya estaba muerto. Lo raje
lentamente, metí mis manos y saqué los órganos que aún se conservaban
calientes. Acababan de matarlo, se podía oler. Después probé la sangre del filo de
mi navaja y sentí un regusto final que me hizo enternecerme por primera vez con
aquel animal en bruto. Desde entonces, me empezó a gustar mi trabajo. Esa
vehemencia al admirar lo inerte me hacían sentir mas la vida. Tener emociones.
El segundo animal que maté estaba vivo y el tercero pensaba. Maté un total de
dos perros y un niño. Éste último acabó conmigo, pero antes de eso, yo le maté.
Fue un impulso rápido. No tuve tiempo para pensar en nada y aún así, recordé en
menos de un segundo todo el tiempo que viví junto a el. Pero él lo vio todo.
Tuve que arrancarle la vida para borrar lo que sus ojos habían visto de mi. Jamás
lo olvidaría. Después de un desgarrador ¡No lo hagas…! La ultima palabra que
escuché fue papá. Quitarme la vida fue lo único que supe hacer tras aquello.
De nuevo dejé de sentir, de nuevo esa vieja sensación conocida. Al poco rato,
estaba colgado del mismo gancho que colgaban cerdos como yo.
La cámara frigorífica conservó mi cuerpo congelado hasta las ocho del día
siguiente, cuando la carnicería volvería a abrir sus puertas.