En el metro. Como siempre. Pongo la música. Pienso en todo lo que tengo que limpiar. Seguro
que la noche anterior vino mucha gente y han dejado La Mucca hecha un desastre. Como
siempre. Noto algo, miro. Es un chico. Parece guapo, bien vestido, me está observando. Aparto
la mirada. Pienso “otro guarro más”. Sigo a lo mío. Una parada más y llego a Alonso Martínez.
Subo las escaleras.
Me doy prisa, hay mucho que hacer. Me quito los cascos. Giro para quitarme la mochila y
guardar los cascos. Ahí está, el mismo guarro. Que pesado. Mejor le pierdo de vista. ¡Qué frío!
¡Joder! El guarro me sigue. Esto ya es otra cosa. Bueno, solo hay unos metros hasta la puerta
de La Mucca, entro y ya está. Ando más despacio para que me adelante. Nada. Escalofrío.
Me pongo las llaves entre los dedos para defenderme. No, seguro que no es nada. ¡Y la culpa
no era mía, ni donde estaba, ni como vestía! Me viene a la cabeza esa bendita canción. Doy un
par de pasos. La Manada. ¡Qué gilipollez, este solo es uno, puedo con él! Ya casi estoy, solo
queda abrir. Diana Quer. No soy ella. Yo estoy en la puerta de mi trabajo, puedo entrar.
Temblor. Se acerca. Estoy sola. No hay gente en la Calle Almagro. Él está a diez metros. ¡Y la
culpa no era mía, ni donde estaba, ni como vestía! Consigo meter la llave. Me palpitan las
venas. Está viniendo. No, por favor. Logro abrir. Él ya está detrás. Todo en mí se paraliza,
intento gritar. Imposible. Me empuja dentro de La Mucca. Me caigo. Espera, el no sabe que
hay que desactivar la alarma. Todo pita. Le da igual. Me tira encima de la primera mesa. ¡Y la
culpa no era mía, ni donde estaba, ni como vestía! Rompe mis pantalones. Dolor. Lloro. ¡Y la
culpa no era mía, ni donde estaba, ni como vestía! Indefensa. Veo al abogado pasar. Es el
primer cliente después de que los camareros abran. ¡Y la culpa no era mía, ni donde estaba, ni
como vestía! Escucha la alarma. No hace nada. Me ve llorando. Rabia. Lo ve a él encima. Ve
como se mueve. No hace nada. ¡Y la culpa no era mía, ni donde estaba, ni como vestía! El
abogado no hace nada. El pitido sigue. Me taladra la cabeza. Me duele. ¿por qué no para? No.
No puedo mirarlo. ¿Por qué no me defiendo? POR FAVOR, que pare. ¡Y la culpa no era mía, ni
donde estaba, ni como vestía! ¿Dónde está la policía? No viene. Deberían venir, la alarma
suena. Puedo gritar. Quiero gritar. Abro la boca. Me escupe. ¡CALLADA O TE MATO! Lloro.
Marta del Castillo. Mejor quieta. Calladita me veo más bonita. NO. La alarma. Piiii. Miedo.
Piiiiii. Pavor. Soy otra mujer violada más.
Ahora no utilizo mis piernas para caminar sino para protegerme del dolor. A veces deseo no
haber nacido, otras no ser mujer.