Menos madera, por favor.
La inusual sensación de humedad lo despertó en mitad de la noche.
El sudor empapaba su ropa y un leve dolor se había apoderado de todas sus
articulaciones. Maldijo entonces el día en que decidió trasladarse a aquella
parte perdida del país buscando un clima propicio para su enfermedad.
Obviamente había servido de poco.
Tosió varias veces buscando alejar de sus pulmones la desagradable
sensación de ahogo que agarraba su pecho, pero no dio resultado.
Volvió a toser y a respirar profundamente persiguiendo el frescor del aire
limpio. Pero tampoco consiguió nada.
Con esa sensación mezcla de angustia y enfado que tantas veces le
embargaba, buscó en su interior la tranquilidad necesaria para apaciguar el
ritmo desbocado de su corazón. Fue entonces cuando percibió aquel olor. Débil
al principio, el aroma fue ganando intensidad y firmeza en los instantes
siguientes.
Era el olor de la madera recién lacada, un olor agradable pensó, hasta que se
percató de la terrible oscuridad que lo rodeaba.
Entonces comenzó a gritar con los últimos estertores de sus vacíos pulmones y
pataleó y braceó en la nada hasta que la quietud volvió a la noche de aquella
extraña estancia.
Madera lacada, un agradable perfume cuando no te envuelve en forma de
sudario.