Presión sobre mi cabeza, mi espalda sometida a un cuerpo extraño que me hunde hasta cruzar mi
piel con el robusto piso. Esta verdad que estoy padeciendo era conocida por mí y la callé. Darme
cuenta ahora no me libera, al contrario hace que mi cuerpo deje de responder al ímpetu de mi
fortaleza mancillada y se contamine de la parálisis devastadora que me devora. Él me eligió
desde siempre. El destino me susurró una verdad que silencié, porque esa información que
repiqueteaba en la mente parecía neutra, y la transformé en un mal presentimiento que no valoré.
Las percepciones sutiles que dejamos pasar por no querer ser parte de la obsesión o la
persecución paranoica de los tiempos violentos que vivimos. Una lágrima se desliza por mi
mejilla deformada. Es tanta la presión, que ya no siento dolor, solo siento la imposibilidad de ser
yo otra vez para siempre, anestesiada por un peso colosal que ha profanado mi humanidad. Él me
eligió desde siempre, y yo lo sabía. Su exagerada prolijidad plasmada en el mismo atuendo día
tras día, su impoluta imagen hacía de él un hombre atractivo aunque no lo fuera físicamente.
–Interesante- recuerdo haberlo llamado alguna vez. Y lo más errático de la situación, después de
años compartiendo el mismo andén, cada mañana a lo largo de la vida, fue que nunca me miró,
nunca posó su vista sobre mí. Esa actitud de alguna manera era llamativa, jamás lo hizo. Ese
“jamás” era el dato revelador que necesitaba para sostener el porqué ese hombre dimensionaba en
mí aspectos negativos que nunca debí callar. Su modus era visible y debí leer lo que no quise
interpretar. Siento su ira que traspasa su estrecho cuerpo convertida en una mole destructora
sobre mí. No puedo respirar. Las lágrimas ya no emanan. Veo sombras de pisadas unas tras otras,
estoy muy cerca de un andén ¿Nadie puede verme? ¿O quieren creer que no me ven? …como yo
lo hice... El tiempo se extiende en mi sufrimiento. Su perfume dulcemente llamativo cae
pesadamente sobre mí. Disminuye sin fin mi ser. Un movimiento destraba la pesada carga.
Escucho la prisa de las personas, el silbato del tren, se van… me dejan. Ansío gritar pero mi voz
ha muerto antes que yo. El mortal peso disminuye una vez más, siento el aire entrar por mi
garganta astillada, llega a mi interior y la vida fluye otra vez. Tiemblo convulsivamente, el me
calma, acaricia mi cabello, lo logra. La confusión se dilata, quiero sentir su mano otra vez sobre
mi cabello pero la siento tomando mi frente, la eleva, cruza su mano derecha por debajo de mi
cuello, quiero confiar, necesito hacerlo. En la piel el helado filo se posa sobre una pequeña
superficie. Hunde. El sonido de la piel al abrirse, crepita. La cálida sangre atempera el
instrumento. La mano se desliza saboreando el acto. Impoluto logra elevarse, ni una gota lo
demanda. Siempre supe que sería él.